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OPINIÓN - DOMINGO, 30 DE MAYO DE 2010

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

¿Qué hacemos con los alumnos violentos?
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

No hay colectivo profesional más castigado por la violencia que el de los docentes. El llamado “síndrome del quemado” es cuatro veces mayor entre docentes que en otros sectores. Sólo en el último mes, tres hitos judiciales han demostrado que la cuestión sigue candente. En Barcelona, por ejemplo, un juez ha impuesto la mayor condena dictada por agresión a un profesor. Dos años de cárcel para una madre. Acudió a hablar con la maestra de su hija y acabó arrancándole mechones de pelo.

Las estadísticas hablan. La mitad de los profesores acude a diario a clase con el maletín lleno de asuntos profesionales y el miedo en el cuerpo. Trabajan con temor a ser agredidos por sus alumnos. Uno por cada diez ha sido golpeado alguna vez; tres de cada diez, amenazado; la mitad, insultado. O las tres cosas a la vez.

“Hoy me encuentro abatida. Una alumna de 3º de la ESO me empujó contra la mesa, mientras me gritaba: “Cuando te pille por la calle, te mato”. No he podido dormir; acudir a clase me ha supuesto un gran esfuerzo. Me sabía observada por los alumnos. Sólo tengo ganas de llorar.” Así, se expresaba una desesperada profesora madrileña, en una llamada al Defensor del Profesorado.

Por lo tanto, que en los momentos actuales, en un centro educativo de Secundaria, un alumno agreda a un profesor, no es noticia, teniendo en cuenta que diariamente se cometen, por parte de los alumnos, agresiones e insultos de todo tipo. Lo que ocurre que unas veces se denuncia, y otras, no.

Lo noticioso es que un centro de Secundaria de la provincia de Alicante, permanezca cerrado, por un período de cuatro días, por la conducta violenta de un alumno, al decidir, docentes y padres angustiados, en reunión urgente, clausurar el centro por el tiempo citado.

Los hechos ocurrieron así: “El menor, que había sido expulsado de forma provisional, trató de entrar en las instalaciones educativas. Le acompañaba su madre. En la puerta, un profesor trató de impedirle la entrada, a lo que el chico respondió con golpes”.

Tras el incidente, se resolvió reunir a todos los alumnos para protegerlos y, más adelante, redactar un manifiesto en el que se reclamaba ayuda a la Consejería de Educación y al Ayuntamiento, a los que se acusaba de “falta de implicación y propuesta de soluciones efectivas”. Además, optaron, como hemos dicho, por cerrar el Instituto.

Al parecer, el alumno mantiene desde hace unos meses una conducta reiterada de faltas de respeto, insultos, amenazas, coacciones y agresiones verbales y físicas a profesores y miembros del equipo directivo.

Como medidas de presión, un grupo numeroso de personas, entre padres, alumnos y profesores, se concentraron, previamente, a las puertas del Centro clausurado para exigir una reacción de las autoridades y protección policial, argumentando la Dirección del Centro, que “no tenemos recursos para resolver este tipo de situaciones”.

La respuesta de la Consejería se excusaba en que “legalmente no había nada que se pudiera hacer. Por todo lo cual, al ser la respuesta de las instituciones claramente insuficiente, afirmaba la Presidenta de la AMPA, que es una situación sin solución.

Cómo último recurso, el Gobierno valenciano piensa activar el mecanismo previsto en el “Plan de Prevención de la Violencia y Promoción de la Convivencia” en los centros escolares de la Comunidad Valenciana (Plan Previ). El Programa consiste en poner en marcha la actuación de los Psicólogos que deberán trabajar con la familia del menor expulsado, aunque también incluye la intervención de otros especialistas en el propio centro si fuese necesario.

Esta medida convenció a los responsables del centro que, tras una reunión urgente decidieron que el centro abriera las puertas, después del período que ha permanecido cerrado.

Bueno sería tener en cuenta la opinión de un psicólogo experto en violencia escolar, al considerar “que la medida de expulsar al menor, en casos como el del Instituto citado donde se produjo el conflicto, es contraproducente”. “Ya no sirve para nada. Las medidas correctoras deben ser inclusivas, solucionarlas dentro del Centro, sin llegar a judicializar la acción educativa”. Sin embargo, preocupa, la presencia de la madre en el Centro, con su actitud de apoyar la conducta del alumno.

En reciente época pasada, los conflictos escolares, que todavía no habían llegado a las agresiones a los profesores, se resolvían con la sola intervención del Consejo escolar y la aplicación estricta del Reglamento de Centro. Cuando se trataba de una falta grave, en general, se tendía a no expulsar al infractor, por aquello de la pérdida de la escolarización del mismo. Sólo en casos muy graves se estudiaban fórmulas que iban dirigidas a aislar al alumno del Centro.

En común acuerdo con los padres se negociaba un cambio de Centro, que en general, no se conseguía los objetivos propuestos. Además, si lo que se pretendía era modificar la conducta del infractor, ésta no se conseguía, por lo que el mismo al abandonar un centro e integrarse en otro, a lo que conducía era al abandono escolar del alumno.

Hubo un momento, ante las posibles renuncias por parte del profesorado de utilizar medidas inapropiadas, drásticas y autoritarias, que en realidad contribuían a empeorar la situación de los infractores, que se pensó en la imposición del “mediador escolar”, para lo cual se necesitaba el domino de técnicas y su correcta aplicación.
 

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