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OPINIÓN - MARTES, 1 DE JUNIO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Las novias del mito
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cualquiera que haya leído algo sobre la Historia de España sabrá que los reyes Católicos, como buenos padres que eran, habían planeado que su hijo Juan se casara con una mujer que le permitiera atesorar poder para hacerle la vida imposible a Francia, la gran enemiga de Aragón. Y, como bien dice Juan Eslava Galán, en su libro ‘Historia de España contada para escépticos’, el tiro les salió por la culata. Y fue así, porque su heredero, el príncipe Juan, era de constitución más bien endeble y, por el contrario, la novia que le buscaron, Margarita de Borgoña, era una rubia fogosa, fortachona, saludable e inclinada a la gozosa coyunda, y se merendó al marido en unos meses.

Los médicos de la corte, que veían al desventurado príncipe cada día más delgado, flojo de rodillas y con unas preocupantes ojeras cárdenas, se alarmaron y aconsejaron a la reina que los separara y les diera treguas, que la cópula era un peligro para el príncipe; pero Isabel, por algo llamada la Católica, les replicó: “Los hombres no pueden separar a quienes Dios unió con el vínculo conyugal”.

Es decir, que la reina, de la que decían que era de natural fogosa y celosa, con razón; puesto que Fernando, su marido y rey, había adquirido fama de tirarse a todo lo que se movía, no estaba por la labor de poner impedimento a que su hijo dejara de gozar, incluso por encima de sus posibilidades, en el tálamo. Y, claro, Juan acabó muriéndose a edad temprana y fastidiando a la Casa de Trastámara, tan española ella, para cederle el poder a la de Habsburgo, extranjera, también conocida como Austria.

El problema, que tan bien entendió la reina, no era la vitalidad de Margarita, sino que su hijo carente de salud, se hubiera muerto de igual manera, aunque sin refocilarse. De modo que se fue para el otro mundo, si no contento, al menos satisfecho sexualmente.

Pues bien, lo dicho viene a cuento porque, de un tiempo a esta parte, los periodistas que han mitificado a Iker Casillas, y dado que éste canta más y mejor que cantaba Luciano Pavarotti, no cesan de echarle las culpas de tantas cantadas a las novias del ídolo de las vecinas del quinto y de todos los tiernos.

Fue Eva González la primera víctima de los periodistas. La primera que fue culpada de que el muchacho de Móstoles sea una calamidad a la hora de defender el área chica. Una parcela que le corresponde dominar a él. Y que es, sin duda, la primera cualidad que ha de exhibir un portero. Todos los fallos del portero madridista, según los plumillas deportivos más famosos de los madriles, se debían a que la modelo sevillana lo distraía hasta el punto de desquiciarle. Y el idilio, por supuesto, terminó. El mito, es decir, Casillas, tras romper con Eva González, en vez de mejorar en las salidas del marco y en el juego con los pies, siguió sumido en un mar de confusiones. Dudas y fallos que se les achacaron entonces a sus compañero de la defensa. Hasta que apareció Ana Medinabeitia. Que ocupó el lugar de la presentadora de “Se llama copla”. Y ahora, como el muchacho ha tomado por novia a Sara Carbonero, mucho me temo que ésta será la que termine pagando los vidrios rotos de las malas actuaciones de un portero mediocre, convertido en ídolo de masas por una ristra de periodistas tiernos. Eso sí, como nos echen del Mundial por una cantada del portero carismático, sus admiradores deberían reconocer que no son sus novias las culpables, sino que el muchacho es un bluff.
 

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