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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE JUNIO DE 2010

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Todo es por algo
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Decía la fuerte de Gloria Fuertes, una poeta de verso en pecho y de historias de gloria literaria, que a nadie le regalaban nada, “aún los más espléndidos o bondadosos están llenos de ganglios contagiosos”. Cierto. Cuidado con los que te buscan, te asedian, te obsequian, te adulan, te seducen… Muy pocos dan algo a cambio de nada, en un mundo de intereses. ¿Cuándo dejará de ser realidad lo de todo se compra, todo se vende? Por desgracia, los analfabetos del amor son multitud en este mundo.

Decimos que los pobres son nuestros preferidos y a renglón seguido, después del atracón de ternura vertido, les desplomamos socialmente con un ataque de exclusión. Expresamos que somos hombres de sosiego y en cualquier esquina alzamos la voz de la violencia. Hablamos de una paz perenne que dure lo que dure el ser humano en el planeta, mientras las armas siguen hablando de negocios. Manifestamos que no queremos que mueran más cultivadores de palabras echando tristeza por la boca, y la casta de opresores son la única libertad. Estos desajustes tienen un fundamento: que uno puede acariciar a las personas con lenguajes, pero cuando los verbos no son conjugados por los labios del alma, son de poco fiar. En el fondo, qué lejos queda aquello de desear el bien de los demás con la misma seriedad con la que se desea el bien propio.

En los últimos tiempo ha venido creciendo una visión de la vida cada vez más antropocéntrica, interesada en lo inmediato, en el bien exclusivo y concreto. Todo es por algo. ¿Cómo esperar un ambiente pacífico bajo un clima gélido, propiciado por el odio y por el poco valor a la persona humana? Te matan y después piden clemencia al cadáver. En muchos países hay una sensación generalizada de impunidad debido a la ineficacia de los poderes judiciales. Esa licencia para matar sin rendir cuentas a nadie causa un daño grave a las normas naturales que protegen el derecho a la vida y, por ende, a toda la humanidad. Necesitamos sociedades sanas. Hay muchos padecimientos sociales. Los humanistas padecen tristeza. Los gobernantes padecen endiosamiento. Las civilizaciones padecen decadencia de sentido humano. Hay que evolucionar y revolucionar nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro talante, para que cada ser humano, por pequeño que sea, experimente el auténtico calor de un afecto cercano y constante, no la traición o la explotación, como suele pasar.
 

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