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OPINIÓN - MARTES, 14 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

¡Que pequeño es el mundo!
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Ustedes ya saben que, esta escribidora, no vive por ahora en Ceuta, sino que pululo entre Málaga y los distintos Centros Penitenciarios que tantas veces han sido sujeto de mis crónicas talegueras, con incursiones al Bajo Ampurdán por el proyecto de la Fundación Punset Maceín y en el futuro otro proyecto de Muestra en Guernica también de la mano de mi comadre y amiga del alma, la coleccionista Carmina Maceín.

Tal vez por mis diversas profesiones y ocupaciones he conocido a muchas personas. Buenas y malas. Excelentes e hijoputas. Santas y psicóticas. A infinidad de ellas les he perdido la pista. Otras son amigas del corazón y en su memoria permanecen. Y un tercer grupo es el constituido por aquellos a quienes, el Universo, pone más de una vez en mi camino y al hacerlo emite una señal luminosa y entrañable, entonces, como todo hijo de vecino suelo decir lo de ¡Que pequeño es el mundo!.

Y eso he exclamado al leer hace un par de fechas este Pueblo de Ceuta y encontrarme, en la página de sucesos, con el nombre de una linda chica morena, Xiomara Gutiérrez, con la que coincidí en un dificilísimo tema de salud pública en Chiclana. Ella como instructora, yo como letrada de una pareja imputada, otros abogados defendiendo al mogollón de detenidos, gitanos, payos y dominicanos. La instrucción fue impecable, pese a la ingente cantidad de escuchas, la joven jueza era una máquina trabajando y decían de ella que era muy inteligente y muy curranta. Pero eso es lo de menos, porque un juez puede ser listo y trabajador y después ser un bicho y tener menos empatía que el lagarto verde del jabón. Entonces, directamente, no sirve para juzgar, porque nadie merece ser juzgado por un indigente en inteligencia emocional.

Esperé antes de formarme una opinión. Y tuve que formármela cuando la mujer de mi dominicano, también muy joven y de ascendencia argelina, se presentó porque se encontraba en busca y captura. ¡Cuánto miedo tenía la chica! Vino con su bebé morenito de meses y no hacía más que preguntar si se lo podía llevar a la cárcel o se lo quitarían. Luego rectificaba llorando “¿Y no estará mejor en un colegio donde le cuiden que entre rejas con las enfermedades?” Y encima la muchacha hartita de palos y con el dominicano apareciendo en las escuchas con una paisana haciéndose arrumacos.

La jueza Xiomara la recibió con un gesto amable y una educación exquisita, comentó lo bonito que era el bebé que la joven acunaba y como conocía el sumario con puntos y comas, comenzó un interrogatorio del que fue surgiendo el calvario sufrido por la argelina, los cuernos, lo mal que lo había pasado y esa musulmana lloraba pero se iba aliviando y más se alivió cuando Xiomara que era a medias jueza y a medias psicóloga prescindió de la amabilidad para echarle una buena regañina, porque creo que esa buena jueza, si era consciente de la inocencia de la muchacha en la movida, era también consciente de su culpabilidad por aguantar los malos tratos y no mirar por ella y por su negrito. Supe y sentí que esa joven morena “merecía” ser juez. No por lo inteligente, sino por la profunda y palpable humanidad que parecía exudar. La consideraban inflexible y severa con los malos. Pero capaz de detectar lo más profundo de cada cual, pura empatía y una inmensa intuición.

Vuelvo a encontrármela en mi periódico y en mi camino, por lo que puedo considerarme afortunada, más que nada por volver a darle las gracias por la experiencia humana tan profunda y conmovedora que me hizo vivir. Y reiterar que, a Ceuta, vienen los que son “lo más”, los pata negra y las Mariquillas Cojones.

Me alegro. Mucho. Y si ven a Xiomara le dicen que la chica que lloraba le hizo caso y que, su bebé negrito, es ya un niño que va a la guardería. Un niño muy feliz. Le gustará saberlo. Seguro. Xiomara es como es.
 

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