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OPINIÓN - SÁBADO, 20 DE NOVIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Diego Sastre
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Lo conocí cuando ardía en deseos de llegar a ser árbitro de fútbol de primera línea. Llevaba el arbitraje metido en la cabeza. Y al arbitraje le dedicó parte de los mejores años de su vida. Hasta que un día se dio cuenta de que para hacer carrera en cualquier actividad, amén de tener aptitudes y saber elegir las mejores actitudes para afrontar tanto los éxitos como los reveses, se necesitaba de la ayuda correspondiente por parte de los que decidían –y deciden- en los despachos.

Cuando Diego Sastre lo vio claro, es decir, cuando llegó a la conclusión de que él jamás subiría ni un peldaño más en el escalafón arbitral, decidió plantearse la vida de otra manera bien distinta; y, claro es, lo primero que hizo es mandar el arbitraje a freír espárragos. Así, con tan acertada decisión, no por ello menos dolorosa, Diego se quitó de encima el obstáculo que hasta entonces le había impedido abrirse camino en la vida por otros medios que, indudablemente, le acabarían reportando los mejores beneficios.

Pues bien, de los éxitos obtenidos por DS en su vida profesional, nunca he dejado yo de alegrarme. De hecho, nuestras relaciones, magníficas siempre, son la mejor prueba de que ni a Diego ni a mí nos han afectado maneras de pensar tan distintas, ni tan siquiera el que él tenga amistades con las que yo no iría a ningún sitio –me imagino que él podría decir lo mismo-.

En vista de nuestras buenas relaciones, y espero que no se tuerzan por lo que voy a contar, Diego Sastre, tan amigo de sus amigos, me llamó un día y, tras los saludos de rigor, fue al grano:

-Mira, Manolo, quisiera pedirte un favor...

-Tú dirás, amigo... -Le respondí.

-Como bien sabes, a mí me une una gran amistad con Juan Luis Aróstegui, desde hace muchos años. Y hablando con él, hoy, ha salido a relucir tu nombre. Y lo primero que me ha preguntado es qué he hecho yo para que tú me trates siempre tan bien, cuando crees conveniente escribir de mí.

-Y qué le has dicho tú, Diego.

Le he dicho que a ti hay que conocerte bien. Y que, cuando ello sucede, te encuentras con alguien que nada tiene que ver con lo que de ti dicen cuantos no te miran con buenos ojos.

-Al grano, Diego...

-Mira, Manolo, Juan Luis Aróstegui me ha dicho que tus columnas le hacen mucho daño. Y que si me es posible interceder por él ante ti para que dejes de mencionarlo. Y le he dicho que no tengo el menor inconveniente en hablar contigo al respecto.

-De acuerdo, Diego... Pero hay algo con lo que jamás seré tolerante con tu amigo Aróstegui. Y es que cada vez que escribe no tiene el menor reparo en destacar que todos los medios están vendidos. Cuando resulta que quien más uso y abuso hace de todos los medios es él. Pues acapara la mayoría de las informaciones de radios y televisiones y periódicos de la ciudad. Aun así, te prometo que estaré un tiempo sin referirme a tu amigo ni para bien ni para mal. Ya que a mí Aróstegui me importa un bledo y parte del otro.

Poco tiempo después, el desdichado de Aróstegui volvió a las andadas. Quiero decir, que volvió a proclamar que todos los medios estaban vendidos. Y yo, tras decirle a Diego Sastre lo que había, no dudé en calificar al sindicalista de infeliz y de muchas otras cosas más que no tengo por qué recordar en estos momentos.
 

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