El martes me encontré con
Alberto Gallardo en la calle Jáudenes, cuando caminaba
él hacia su despacho. Y como es habitual, cada vez que nos
hallamos, me alegra verle. Y es que con Alberto me ha
ocurrido lo siguiente: le he ido teniendo ley a medida que
lo he ido conociendo. Y lo he ido conociendo sin prisa pero
sin pausa. Que es la mejor manera de entablar relaciones con
alguien y hacer que éstas perduren.
Mis relaciones con Alberto Gallardo son buenas. Tan buenas
como para que yo me preocupe por él cuando me entero de que
le ha afectado más de lo debido algún contratiempo o por
cualquier otra circunstancia negativa a la que todos estamos
expuestos
El martes, antes de tropezarme con él, yo ya sabía que le
había zurrado la badana un gacetillero. Y, claro, le
pregunté en qué medida le había hecho mella lo escrito. Y me
respondió que de momento no le había causado ningún
trastorno. Y, por lo tanto, no tenía previsto responder a
quien le estaba provocando.
De cualquier manera, conociendo a AG, mucho me temo que más
pronto que tarde reaccione y dé muestras evidentes de que si
lo buscan lo encuentran. Aunque tampoco es menos cierto que
Gallardo es consciente de que hay individuos contra los que
dirimir no propicia lucimiento alguno. Así que a veces,
muchas veces, lo ideal en estos casos es darle una larga
cambiada al tema.
Tras despedirme de Alberto, encamino mis pasos hacia la
avenida del Alcalde López Sánchez-Prados. Y en ella me topo
con María Antonia Palomo. A la que saludo con la
efusividad que ella merece. Y, por supuesto, me intereso por
la operación a la que me dijo iba a ser sometida, hace ya su
tiempo. La señora Palomo, cuya figura ha ganado tantos
enteros desde que abandonó la actividad política, está de lo
más jovial y me hace pensar en el acierto que tuvo cuando
decidió mandar a tomar por saco el cargo de secretaria
general de su partido. Lo cual no obsta para que cualquier
día salga diciendo, María Antonia, que ha decidido volver a
participar en la política activa, porque así se lo ha pedido
Gaspar Zarrías: su amigo.
Dejó a la señora Palomo en la escalinata del Parador Hotel
La Muralla, donde la estaba esperando Antonio Pérez
Triano, socialista fetén, y marcho a reunirme con
Luis Parrillas: mi amigo Luis. A quien he vuelto a ver
sonreír. Sonrisa que me ha llenado de satisfacción. Pues sé
de qué manera Luis Parrillas le está echando bemoles a la
vida. Y es que ésta, la vida quiero decir, nos somete a
veces a las pruebas más dolorosas. Y no hay más remedio que
afrontarlas sin dar un paso atrás. Y, por encima de todo,
evitando cundir tristeza en el ambiente. Y con Luis
Parrillas estaba cuando se me presentó la oportunidad de
saludar a Fernando Tesón. Una vez más me precio de
escribir de él. Lo justo, claro es, para repetirme: FT es
una persona entrañable. Y conversar con él es un placer.
El día avanzaba, y nos llegó la hora de comer a Luis y a mí.
Y lo hicimos en compañía de una mujer, arquitecta ella y
llamada Maite. Y nos pusimos a debatir asuntos que
bien sabemos que nos inducen al cabreo. Y, cuando menos lo
esperaban Maite y Luis, a mí me dio por hacer una paráfrasis
de no sé quién, ahora mismo: hay tontos que, por muchos
títulos que tengan, siguen siendo tontos con muchos títulos.
Y lo hice levantando la voz. Y me gané las miradas aceradas
del respetable. Vaya por Dios...
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