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OPINIÓN - SÁBADO, 27 DE NOVIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

La fe del fanático
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El que se vanagloria de defender la verdad en política o en moral es tan fanático como el que defiende cualquier otro sistema político o religioso, dice un personaje de una novela de Pío Baroja.

“Fanatismo es la ceguera de los que se toman rotundamente en serio a sí mismos y a sus opiniones”. Verbigracia: Juan Luis Aróstegui. Así que éste vive desde hace muchos años convencido de que está en posesión de la verdad, y considera sus creencias fijas e inamovibles.

El fanatismo de Aróstegui no admite la menor discusión. Lo que le permite alardear de superioridad en cualquier campo que se tercie. Tratando por todos los medios, habidos y por haber, que los demás se dobleguen a la voluntad de sus ideas.

Pero semejante fanatismo, tan perdurable en el tiempo, le ha proporcionado a Aróstegui más disgustos que alegrías. Debido a que el muchacho no consigue erigirse en el líder político que con tan ahínco viene persiguiendo. Tremenda realidad que lo tiene desquiciado.

El fanatismo de Aróstegui, incapaz de reconocer que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, ha hecho mella en su carácter. Aróstegui es, actualmente, un muermo, el vinagre, don Quintín el amargao. Un señor desagradable en toda la extensión de la palabra.

Así, en cuanto Aróstegui abre la boca, tarea en la que echa horas extraordinarias, la gente tuerce el gesto, pone cara de disgusto y termina bisbiseando maldades contra él. Y es que el hombre no se percata, de una vez y para siempre, de que no cae bien.

Los candidatos que no caen bien, o sea, los que carecen de la tan apreciada imagen cálida y amistosa, no son votados. Algo tan extendido para que Aróstegui se hubiese dado cuenta ya de que nunca obtendrá en las urnas más premio que la pedrea. Por más que haya decidido jugarse a medias con Mohamed Alí las próximas elecciones.

Ahora bien, la fe de Aróstegui es incuestionable. Es un perdedor nato que, sin embargo, no da pruebas de desánimo. Y es que el fanatismo, y el de Aróstegui es tan evidente como inasequible al desaliento, según escribía él, días atrás, “es un estado de ánimo sustentado en una fe omnipotente y obsesiva que domina la voluntad de la persona, induciéndola a actuar al margen (incluso en contra) de los dictados de la razón. La conducta de los fanáticos, continúa diciendo Aróstegui, carece de orden lógico. Por ser un fenómeno patológico que se produce en todos los ámbitos de la vida...”.

Nunca antes, que yo sepa, Aróstegui se había retratado más y mejor. Nunca antes, Aróstegui se había mostrado tan sincero. Al reconocer que los fanáticos están imbuidos por una fe inquebrantable y enfermiza. Una fe que aguanta impávida incluso los fracasos repetidos en las urnas. Como es su caso. En suma: la fe del fanático a ultranza. Declaraciones que, por proceder de una persona que se tiene por ser la más inteligente de Ceuta, y gran parte de Marruecos, se nos antoja más bien un reconocimiento de culpabilidad. Y no, como alguien pueda pensar, una especie de mecanismo de defensa del yo, consistente en atribuirle a los votantes de Vivas sus propios conflictos internos. Quiero decir, los de Aróstegui. Quien, además de ser un muermo, escribe muy mal
 

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