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OPINIÓN - SÁBADO, 11 DE DICIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

Se acerca la Navidad, y con su llegada vuelven los recuerdos de unos tiempos ya muy lejanos que jamás volverán. Esos recuerdos, por muchos años que pasen, cada vez que se acerquen estas fechas, volverán con la misma fuerza a nuestras mentes, para traernos ella unos seres queridos que, aunque desaparecidos de la Tierra, siguen vivo en nuestros corazones.

Han pasado muchos años, tantos que me parce que ha pasado una eternidad cuando, realmente, la vida es sólo un suspiro con fecha de caducidad.

Pero los seres queridos y los recuerdos de aquella época de mi niñez siguen acudiendo a mí cerebro con la misma intensidad de aquellos momentos inolvidables, que nunca volveré a vivir pegado a a lumbre del brasero, observando como mí padre hacía los “borrachuelos”, mientras mí madre preparaba la sartén con el aceite bien caliente y el pollo aquel pollo que habíamos criado durante meses nos observaba con sus ojos redondos que por mucho que te fijase jamás te decían nada.

Era aquella época donde brillaba, con todas sus fuerzas, la solidaridad entre lo seres humanos. Donde los vecinos de mí patio, los que no teníamos grandes cosas para llevarnos a la boca en estos días tan señalados.

Sin embargo teníamos algo, entre todos nosotros, que era mucho más importante que el mejor de los manjares, la solidaridad y el inmenso cariño, pues más que vecinos formábamos una gran familia, donde como los mosqueteros, éramos todos para uno y uno para todos.

Nadie de esa gran familia se quedaba en esa fecha sin celebrarla, dentro de la pobreza que teníamos, pues se intercambiaba entre todos, lo poco que se poseía. Un poco que era un mucho, para que nadie se quedase sin comer una buena sopa, una tajada de pollo y unos borrachuelos, aderezado todo ello con una copa de anís del “Mono” o un copa de coñac “Terry” malla amarilla o malla blanca, dependiendo de lo que se podía reunir para adquirir la botella de anís o la de coñac.

Si el tiempo lo permitía se reunían todos en el patio, y si por lo contrario el tiempo mostraba su inclemencia, como las puertas de las casas estaban abiertas, se salía y se entraba en la que a cada uno le apetecía. Sólo consistía, para poder entrar, tirar de la cuerda que abría el pestillo.

En aquella época las puertas de las casas estaban siempre abiertas, sin miedo alguno a que los amigos de lo ajeno pudiesen aparecer. Claro que aunque hubiesen aparecido, poco podían haberse llevado de donde no había nada.

Por todas estas cosas me hace una gracia enrome cuando escucho, hoy día, hablar de solidaridad. Una palabra muy utilizada pero que a pesar de su uso tan traído y tan manido no saben ni siquiera, por todos aquellos que tanto la usan, cuál es su auténtico significado.

Miro a mí alrededor, contemplo como vivimos en la actualidad, y comiendo que cada uno va a lo suyo, importándole tres pepinos lo que les pase a los demás. Como decía la sabia de mí abuela: “ande yo caliente ríanse la gente”. La solidaridad, hoy día, no existe porque nadie sabe lo que es.
 

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