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OPINIÓN - LUNES, 3 DE ENERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

¡Eso ya no se lleva...!
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

En la actualidad, los cristianos nos entregamos a una fiesta que dista mucho de esa celebración vana que tratan de vendernos. La conmemoración de la reconciliación de Dios con el hombre, reconocemos que nuestra humanidad –frágil, inerme, diminuta- ha sido revitalizada por ese retoño del tronco de David que quiso hacerse como uno de nosotros, que quiso que la excelsitud anidara en el barro con el que estamos hechos: y, como esa unidad de Dios con el hombre debe hacerse sensible, cantamos y reímos y montamos belenes y nos reímos con nuestros familiares, rememorando que el Niño Dios fue acogido en una familia, como nosotros mismos lo fuimos… (J.M.P).

Vivir la Navidad de una forma cristiana es posible. Basta con fijarnos en nuestros vecinos, como testimonio de ello, particularmente en aquellos que huyen del consumismo vacío, o de la mera tradición familiar, con un ingrediente común: hacer presente a Cristo en los días en que Él es verdadero protagonista de la fiesta. Porque en Cristo y sólo en Cristo, hay Navidad.

Siempre, en estos días, se ha tenido o procurado tener una buena relación con nuestros familiares y vecinos. Era frecuente que nos visitáramos y, al menos, pronunciáramos la expresión ¡Felices Fiestas!, con la consiguiente reciprocidad. Incluso, compartir una copita de coñac o anís. En la actualidad esta sana costumbre está en decadencia y, si nos “tropezamos” con ellos, nos aventuramos a saludarles con “¡Felices Fiestas!” comprendiendo, obviamente, a la Navidad, Año Nuevo y Reyes.

Con un antiguo compañero de clase me encontré en estos días. Hacía muchos años que no lo veía. Él, por asuntos profesionales había abandonado nuestra ciudad. Me alegré mucho de su encuentro y, como no podía ser de otra forma, le deseé ¡Felices Fiestas! Yo esperaba que su respuesta fuese “¡Igualmente!”, para finalizar el cumplido. Pero, mi sorpresa fue enorme cuando me contestó: “Andrés, eso ya no se lleva”. Quiso argumentar, justificando la ruptura del cumplido. “En los tiempos modernos, esa expresión resulta rancia. Además, sólo es un deseo del que la profiere, por lo que no tiene ningún sentido que lo que vayamos a hacer tenga que ser necesariamente vinculado a la felicidad”. Preferí no entrar en ningún tipo de polémica, y ya no supe si verdaderamente me había alegrado de verle.

Un segundo encuentro ha tenido otro sentido: hemos recordado, gratamente las Pascuas, porque para nosotros eran “Felices Pascuas y próspero Año Nuevo”. Pepe, mi amigo y vecino de toda la vida, empieza a situarnos en el ambiente familiar que se respiraba en nuestra Colonia. Unos días antes, el ambiente era de la “elaboración” de rosquillos, lo único a los que teníamos acceso. Nada de polvorones, ni turrones. Nuestros “clásicos”, tenían algo muy importante: el amor que ponían nuestras madres en su elaboración. Como la cantidad elaborada no era mucha, muy pronto nos quedábamos sin ellos, y ya para la siguiente fiesta se festejaba sin apenas nada.

Solía no faltar para Navidad un pollo o gallina, preparada por nuestra madre y que servía para la Navidad, realizando una buena distribución para que en el “festín” pudiéramos participar todos en igualdad de condiciones. Para el Año Nuevo, lo que Dios ponía en manos de nuestras madres, que en general, era como un día normal.

Pero, en lo que se refiere a festejar Navidad y Año Nuevo, éramos unos auténticos campeones. Con modestos instrumentos, panderetas, sonajas, zambombas… habíamos constituido nuestros coros y, sin salir de nuestro “territorio”, solíamos visitar a nuestros vecinos. El foco de atención, es decir, a la primera familia que nos diríamos era el domicilio de mi tío Gabriel, padre de un personaje muy popular, mi primo Pepe “El zapatero”. Se caracterizaba esta familia por la alegría con que celebraba estas fiestas. Después, íbamos a otras casas para también felicitar a sus miembros, esperando siempre la generosidad de ellos, al obsequiarnos con unos rosquillos.

Pasados tantos años de felices recuerdos, quiero mencionar que, llegado el mes de Noviembre, para conseguir unas buenas “actuaciones” ensayábamos, siempre que nuestras obligaciones de estudiante nos lo permitían.

No era frecuente encontrar una casa con el clásico “belén”. Tampoco el llamado “árbol de Navidad”. El “belén”, sus figuritas, nos transmiten alegría y nos ofrecen ternura, y al contemplarlas nos sentimos en paz con nosotros mismos y con nuestro entorno.

El “belén” es una tradición que enlaza con los antiguos misterios, dramas sagrados y laúdes dialogados y dramáticos. Los primeros belenes de los que nos llegan noticias son de 1.300, constituidos por grandes piezas de mármol, madera o barro, colocados en capillas.

En el “Belén” familiar, la escena del nacimiento de Jesús hace más de dos mil años, sigue congregando los sentimientos más genuinos de la Navidad, el sentido de familia, la ternura ante el Niño recién nacido, la alegría y hasta una pizca de sorpresa. Todo y todos caben preferentemente en el salón principal de la casa. En él cabe toda la historia de la familia, sus recuerdos más queridos…

Cabe preguntarse si nuestros “belenes” tienen futuro. ¿Tendrán continuidad estos “belenes” familiares? Es cierto que en la actualidad esta significativa aportación está en decadencia. El excesivo consumismo de un perfil materialista. Posiblemente lleve razón mi antiguo compañero, con lo de “eso ya no se lleva”, y empecemos a olvidarnos, la sociedad actual, del significado de la Navidad:

“Llora, sin temer que el Niño

despierte a tu llanto tierno,

que al son de fuentes de llanto

duerme Dios con más contento.”

LOPE DE VEGA
 

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