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sociedad - LUNES, 10 DE ENERO DE 2011


Manuel Sánchez. rodríguez.

REPORTAJE / Manuel Sánchez, ‘el garrapiñero de la ciudad’
 

El aroma de las garrapiñadas

Compaginándolo con su trabajo de policía, Manuel Sánchez, ‘el almendrita’, elaboró las garrapiñadas más conocidas en Ceuta, siempre en el mismo puesto del Paseo de las Palmeras durante más de 30 años
 

CEUTA
Paulina Rodríguez

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Los años no han logrado arrebatarle muchas de sus mejores cualidades. No le han robado la alegría, ni esa mirada risueña y, por supuesto, tampoco ha perdido la memoria, una característica de la que Manuel Sánchez habla con verdadero orgullo, “aún recuerdo que fue el tema número 17 el que me tocó en las oposiciones para policía y que fue el día en que el toro ‘Islero’ mató a Manolete”, presume. Manuel también recuerda las palabras de Alfredo Meca, “el secretario general de Ayuntamiento me dijo que ojalá Dios me conservara la memoria por mucho tiempo, y así ha sido”, señala.

Manuel tiene tantas historias que contar que sería imposible resumirlas en un solo reportaje. Su vida laboral indica que ha sido policía local aunque “he sido más conocido por las otras cosas que he hecho”, y entre esas cosas figura su otro oficio, ‘garrapiñero’. Comenzó ayudando a sus padres para, posteriormente, trasladarse al que fue su lugar de trabajo durante más de 30 años, “escogí la palmera más grande del Paseo de las Palmeras, allí establecí un puesto que abría todos los días, y que tenía que compaginar con los turnos de policía”, afirma.

A pesar de que le gustaba ser ‘garrapiñero’ Manuel confiesa la principal razón por la que compaginaba los dos trabajos, “no ganaba lo suficiente como policía y tenía que mantener a toda la familia. En el momento en que mi hijo pequeño encontró un trabajo, decidí dejarlo, ya había cumplido mi misión durante todo ese tiempo”, reconoce.

Fueron tiempos duros, donde era necesario realizar un esfuerzo extra para llegar a fin de mes. Sin embargo, también era un trabajo gratificante, y no exento de multitud de anécdotas, “en una ocasión decidí descansar unos días y un compañero colgó un cartel en la palmera que ponía, ‘cerrado por vacaciones’, rememora risueño.

Si volviera hacia atrás, no hubiera escogido otro lugar diferente para poner el puesto de garrapiñadas, “era un buen sitio y yo no sólo las vendía, si no que también las preparaba, especialmente en los fines de semana, días en los que había más jaleo de personas caminando, eran tiempos de poco coche, no como ahora”. Sin embargo, había otra razón para elegir ese lugar, “siempre tenía la preocupación de que mis jefes me fueran a decir algo, en varias ocasiones tuve problemas pero, finalmente pude seguir con los dos trabajos. Dejaba los utensilios en el ‘Bar sin nombre’ y allí también me quitaba el uniforme del trabajo”, comenta.

No tuvo que vender ningún otro fruto, sus garrapiñadas tenían tanto éxito que le hicieron poseedor de un apelativo cariñoso, “me llamaban Manolo ‘el almendrita’ pero no se atrevían a decírmelo a la cara, lo que no entiendo. Si me lo hubieran dicho no me hubiera molestado en absoluto, es más me enorgullece que me conozcan de esa manera”, afirma sincero.

En mitad de la entrevista Manuel explica el secreto del inconfundible aroma, y también de su sabor, “yo utilizaba la vainillina, sucedáneo de la vainilla. Echaba una pizca en el perol, que siempre tenía un poquito de agua y de ahí salía ese olor tan bueno que tenían mis garrapiñadas”, relata con pruebas puesto que aún conserva frascos de vainillina que por increible que pueda parecer, aún mantienen el olor de antaño.

Era un aroma tan sorprendente que Manuel recuerda que llegaba a media Ceuta, “cuando el viento era de levante, llegaban personas desde el Puerto hasta mi puesto para comprarlas, y si el viento provenía de poniente, entonces venían las personas desde el Revellín. A veces iba en el autobús y observaba a los viajeros que olfateaban en el aire con el olor a mis garrapiñadas”. Tres frutos dulces por dos pesetas, “eran otros tiempos, precios de entonces”, manifiesta.

Llegado el momento, Manuel decidió jubilarse para poder hacer otras cosas, “de policía me jubilé a los 62 años, y desde entonces no he parado de viajar, he agotado todos los viajes del Inserso”, confiesa. Y, por si fuera poco, este hombre polifacético e inquieto, decidió aprovechar su buena memoria para una nueva ocupación, “cuando me jubilé, empecé a hacer teatro para mayores. He hecho multitud de sainetes cortos e, incluso obras más largas. Me he aprendido textos muy largos pero sin dificultad”.

Mil anécdotas que Manuel rememora con el convencimiento de las personas que se sienten orgullosos de la vida que han llevado, “a veces echo de menos vender garrapiñadas y, además, ahora me veo más viejo”, ríe divertido. Quizás si sólo hubiera tenido que trabajar de policía, hubiera podido descansar más pero, tal y como él finaliza, “me siento orgulloso de que la gente diga, mira, ahí va el hombre de las garrapiñadas”.
 

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