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OPINIÓN - DOMINGO,16 DE ENERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los árboles no dejan ver el bosque
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Días atrás, me tropecé con Antonio Francia por el centro de la ciudad. Y, como cada vez que ello ocurre, no tuvimos el menor inconveniente en pararnos, darnos la mano, y hablar durante unos minutos de lo que se encartase. Debo confesar que Antonio y yo nos conocemos desde hace un montón de años y que hemos sido vecinos, durante mucho tiempo, en un edificio que se asienta en la calle Delgado Serrano. De modo y manera que ambos sabemos algo el uno del otro.

Jamás entre Antonio y yo, pese a compartir conocidos distintos y frecuentar ambientes muy diferentes, hubo motivo alguno para disentir de mala manera. Lo cual no significa que hayamos estado siempre de acuerdo con ideas y opiniones que, en relación con cualquier asunto, haya sido causa de debate.

A lo que iba, y perdonen la digresión, que Francia, días atrás, tuvo a bien recordarme una época de mi vida en la cual él sabía que yo le dedicaba muchas horas a la lectura de ‘Obras de Ortega y Gasset’. Libro de más de mil quinientas páginas. Y que aún conservo, si bien en estado deplorable. De tanto usarlo, y, desde luego, porque lo conseguí de segunda mano.

Las palabras de AF hicieron posible que yo me acordara, inmediatamente, de uno de los ensayos del todavía mejor filósofo de nuestra España. Por más que en cierta ocasión, charlando con Fernando Savater, tras haberle entrevistado, éste me dijera que la escritura de Ortega era barroca en extremo. Y mi respuesta al maestro no se hizo esperar: a mí me sigue gustando don José más por cómo dice las cosas que lo que dice. Lo mismo me sucede leyéndote a ti. Y Savater, un fenómeno también en el aspecto personal, me invitó, al instante, a otro escocés.

Al grano: del ensayo que me acordé, en cuanto Francia nombró a Ortega, fue el titulado ‘Profundidad y superficie’. Y reza así: Cuando se repite la frase “los árboles no nos dejan ver el bosque”, tal vez no se entiende su riguroso significado. Tal vez la burla que en ella se quiere hacer vuelva su aguijón contra quien lo dice. Los árboles no dejan ver el bosque, y gracias a que así es, en efecto, el bosque existe. La misión de los árboles patentes es hacer latente el resto de ellos, y sólo cuando nos damos perfecta cuenta de que el paisaje visible está ocultando otros paisajes invisibles nos sentimos dentro de un bosque. La invisibilidad, el hallarse oculto no es un carácter meramente negativo, sino una cualidad positiva que, al verterse sobre una cosa, la transforma, hace de ella una cosa nueva. En este sentido es absurdo –como la frase susodicha declara- pretender ver el bosque. El bosque es lo la latente en cuanto tal.

Existen cosas que, puestas de manifiesto, sucumben o pierden su valor y, en cambio, ocultas o preteridas llegan a su plenitud Hay quien alcanzaría la plena expansión de sí mismo ocupando un lugar secundario, y el afán de situarse en primer plano aniquila toda su virtud.

Y continúa Ortega desarrollando un tema que debería servir de enseñanza, pues sigue estando vigente, a algunos hombres que se niegan a reconocer la profundidad de algo porque exigen de lo profundo que se manifieste como lo superficial. Los hay en esta ciudad, que intentan, sin reparar en medios, destacar en la política. Y no cesan de obtener ruidosos fracasos. Con lo fácil que les sería, dada sus innegables derrotas, abandonar el primer plano.
 

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