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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE ENERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Dejen a los niños en paz
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A medida que se acercan las elecciones crece el deseo de hacerse notar de los políticos para ganarse la simpatía de los votantes. Cada cual, con o sin asesor de imagen, trata de agradar sacando a relucir lo que considera sus mejores armas.

Es indudable que la televisión ofrece las mejores oportunidades para que los candidatos traspasen los hogares y se adueñen de la voluntad de quienes no entienden de ideologías y se dejan llevar solamente por la impresión física que les puedan causar los que aspiran a convertirse en ganadores.

A pesar de los años transcurridos, algo más de medio siglo, uno recuerda perfectamente cómo la figura de John Fitzgerald Kennedy, a quien las cámaras le rendían honores, dejaba en la estacada a un Richard Nixon que sufría el desgaste enorme de un medio que cuando la toma con alguien no duda en arruinarle la existencia.

La televisión de aquellos entonces, sin duda, influyó decisivamente en la victoria de un Kennedy que luego se marcó un discurso que, de vez en cuando, me gusta leer para recordar algunos de sus mensajes: “Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no podrá salvar a los pocos que son ricos”. “Tratemos ambas partes de invocar las maravillas de la ciencia, en lugar de sus terrores”.

Kennedy era un personaje espectacular ante las cámaras y, sin embargo, en la calle era bien distinto: no era un político al uso. En principio porque detestaba lo de ir saludando a cuantos les salían al paso y, desde luego, porque pocas veces se le vio besuqueando a los niños ni, mucho menos, cogiéndolos en sus brazos. ¡Pobrecitos niños…! Qué culpa tendrán las criaturas de que haya políticos dispuestos siempre a aprovecharse de su presencia para simular una ternura de la que han carecido hasta sus hijos.

Lo escrito se me ha venido a la memoria en cuanto he leído lo que les ha dicho Mariano Rajoy a los jóvenes del PP, en la Convención que este partido ha celebrado en Sevilla, en relación con su hijo. Se ha expresado así: “Llamarse Mariano Rajoy para un niño de once años es complicado y posiblemente lo será más en el futuro”, en referencia a su hijo mayor.

La verdad es que, por más que trato de estrujarme las meninges, no entiendo la razón que habrá tenido MR para poner como ejemplo a su hijo y hacer creer que éste sufrirá durante toda su vida por el hecho de serlo. Y, mucho menos, que semejante pensamiento lo haya aireado a los cuatro vientos. Y es que sus palabras dejan entrever un exceso de vanidad que no se le suponía hasta ahora a quien está llamado a ser el futuro presidente del Gobierno de España. El hijo de Rajoy está expuesto a los peligros en la misma medida que los hijos de quienes no han tenido nunca la oportunidad de salir ni siquiera en los periódicos. Aunque el hijo de Rajoy, como los hijos de otras muchas personas destacadas de la vida pública, encontrará empleo con mucha más facilidad que los pertenecientes a padres que no son conocidos más que en el bar de la esquina de su casa.

En lo tocante a las elecciones que habrá en mayo, en Ceuta, espero que los políticos dejen de hablarnos de sus hijos y se abstengan de dar el cante besuqueando a niños de otros por doquier. Una mala costumbre que conviene erradicar.
 

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