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OPINIÓN - SÁBADO, 12 DE FEBRERO DE 2011

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

La salud y la ética

Por Óscar Pérez Vallejo


En que manos está nuestra salud y la de nuestros hijos? ¿Podemos confiar en esos personajes dudosos con sus dudosos títulos de medicina que se pasean por nuestro flamante Hospital Universitario a los que debemos llamar doctor?

Por desgracia y aunque no sea justo generalizar nuestra reciente experiencia me dice que no, que no se merecen ni un voto de confianza, ni el beneficio de la duda:

El día cuatro de enero nuestra hija de menos de dos años ingresó en el Hospital Universitario de Ceuta con un diagnóstico de pleuroneumonía. El primer pediatra que la atendió, Saul, nos dio mas detalles de la gravedad de su estado y nos informó de que el mayor riesgo que corría nuestra hija María era que se produjera un derrame en el pulmón, en cuyo caso deberían evacuarla de urgencia al hospital de Cádiz. La estrategia a seguir según él sería controlar mediante ecografías diarias durante los tres primeros días de tratamiento la evolución de sus pulmones. El día cinco de enero se le realizó una ecografia tal y como estaba programado, pero al día siguiente pudimos constatar que si tiene uno la desgracia de ingresar en este hospital un día festivo mas le vale que no se trate de nada grave. Yolanda Amilckiewicz se llama la pediatra que estaba de guardia ese día, pero debido a un caso grave que terminó con la trágica muerte de un niño, a nuestra hija la atendió aquella mañana Peter Schafer. Tras reconocerla nos dijo en su precario español que había escuchado un derrame en el pulmón derecho y que tenía que informar a su compañera que estaba de guardia. Alarmados, mi suegro que estaba en el hospital y yo salimos tras él y sin que se percataran escuchamos atónitos la conversación entre los dos pediatras. Mas que sobre la salud de una niña parecían hablar sobre algún animalillo molesto, mas que de curar a un paciente parecían tratar un tema anodino y cansino. La señora Yolanda tras escuchar el informe del señor Peter le contesto en su no menos precario español que ella no tenía mas ganas de evacuación que “no,por favor, no derrame no”. Después de esto, cuando pudimos hablar con Peter para que nos explicara lo que pensaban hacer con María, éste cambio su diagnóstico por completo diciéndonos que no había escuchado derrame alguno, y que todo había sido un malentendido debido a la barrera idiomática. Indignados le pedimos que le realizaran a la niña una ecografía para estar seguros, tal y como el primer pediatra había propuesto en principio, a lo que este se negó aludiendo que al ser un día festivo el radiólogo no estaba en el hospital y que este caso no revestía la gravedad necesaria para molestarlo, poniendo también como excusa que en la eco del día anterior no aparecía líquido en el pulmón. Tras esto le suplicamos que nos preparase la documentación necesaria para evacuar a nuestra hija a una clínica en la península asumiendo nosotros los gastos de ambulancia si fuese precio, súplica ésta que fue igualmente ignorada, ya que según él, María estaba bien y no requería de una evacuación, que era suficiente con que su compañera controlase el estado del pulmón a lo largo del día. La señora Yolanda solamente se pasó una vez al final de la tarde a visitar a María tras pedírselo encarecidamente y ni tan siquiera sabía porque estaba ingresada. El día siete de enero visitó a nuestra hija la pediatra Luz, quien al ver el estado en que se encontraba mandó que le hicieran una radiografía urgente. Eso ocurrió alrededor de las diez de la mañana, a las doce y medía María se encontraba en una U.C.I móvil camino del hospital Puerta del Mar en Cádiz, donde fue intervenida de urgencia extrayéndole sesenta mililitros de líquido de su pulmón derecho.

Los riesgos que corrió nuestra hija en Cádiz y los sufrimientos que allí padeció, los asumimos como necesarios para su curación, pero lo que nunca podremos asumir ni perdonar es el trato inhumano que el señor Peter y la señora Yolanda le dispensaron. Los médico pueden errar como cualquier persona, pero cuando conociendo o sospechando de la gravedad del estado de una niña de dos años se opta por mirar para otro lado uno no merece que se le llame Doctor, ni tan siquiera señor o señora.

Ésta ha sido la experiencia que mi familia y yo hemos sufrido estas Navidades en nuestro flamante Hospital Universitario. Como consecuencia, y aunque no sea justo generalizar, hoy confiamos un poco menos en los profesionales de la medicina.
 

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