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OPINIÓN - SÁBADO, 19 DE FEBRERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Recuerdos que afloran porque sí
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Llegó a la ciudad cuando estaba en su apogeo la feria de agosto de 1998. Le reservaron mesa muy principal en la caseta de San Urbano. Venía acompañado por Luis Ortiz, marido de Gunilla Von Bismarck y miembro importante de los Choris: grupo de vividores con gracia pero tiesos como una mojama. Así que andaban siempre prestos a dar sablazos.

Antonio Sampietro venía dispuesto a ganarse la confianza de los ceutíes, pues había logrado que Jesús Gil le concediera el derecho a presentarse como candidato a la alcaldía de Ceuta. De su brazo llegó una mujer joven, Aida Piedra; la cual, apenas dos años más tarde, contribuyó a buscarle la ruina política a su admirado Sampietro.

Un día antes de aquella noche de feria, de agosto de 1998, a mí me pidió el editor del periódico añejo que procurara asistir a la cena en la caseta de San Urbano, para que averiguara qué pensaban los ‘gilistas’ de su periódico en particular y de los medios en general. Así que me di las trazas suficientes para que Juan Carlos Ríos, entregado a la causa del GIL y convertido ya en miembro destacado de un partido que prometía construcciones flotantes y una policía calcada a la Real Policía Montada del Canadá, entre otras muchas grandes novedades, me reservara asiento.

Debo confesar que me sentaron a la mesa en sitio preferente. Muy cerca de Luis Ortiz, quien traía para mí recuerdos de conocidos comunes. Y, desde luego, sería imperdonable si no mencionara la simpatía y la gracia derrochadas por quien fue compañero de correrías de Antonio Arribas.

Terminada la cena, y antes de comenzar la conferencia de prensa acordada, Sampietro me pidió que me quedara hasta el final. Pues quería hablar conmigo. Y me dijo lo siguiente: “Mira, Manolo, yo tengo conocimientos de cómo eres y por qué has venido a la cena. De modo que si te pregunta el editor del periódico en el cual escribes, no tengas el menor reparo en contarle que el GIL se portará muy bien con pocas personas para que podamos caber a más. Y que si no lo entiende, le vamos a meter su panfleto por donde él sabe”.

Tras despedirme de Ríos y de Ortiz, me topé con el editor del periódico añejo, paseando por el recinto ferial, acompañado por Emilio Lamorena, y otras personas, y le puse al tanto de las palabras de Sampietro. A los pocos días, tres a lo sumo, recibí el siguiente mensaje del editor: “Tenemos que ponernos de parte del GIL, pues son gentes que van a ganar de calle las elecciones y nos pueden hacer mucho daño”. Me negué en redondo a participar de aquella campaña favorable a los ‘gilistas’. Es más, recuerdo que me enviaron a hacer un programa en una televisión compartida por tres empresarios. Y allí estuve un tiempo entrevistando y procurando no darle ni agua a los recién llegados.

Trece años se van a cumplir de cuando fue nombrar unas siglas procedentes de fuera para que muchos ciudadanos tuvieran el prurito de creer que el GIL iba a ser el remedio de todos nuestros males. Ahora, quienes participaron en aquella nefasta decisión, amén de negarlo, se permiten el lujo de dar lecciones de moral. Menos mal que cuando yo no quise secundar tamaño despropósito, por creer que Jesús Gil era atrabiliario, tonante y corrupto, ‘El Pueblo de Ceuta’ seguía esa línea. Línea que ha de mantenerse.
 

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