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OPINIÓN - SÁBADO, 19 DE FEBRERO DE 2011

 
ANÁLISIS

El conejo maledicente y el ¡pitiklín, pitiklín!

Por  Nuria de Madariaga


El término “maledicencia” parece pasado de moda y muy poco al uso, pero la “maledicencia” existe. Paralela pero distinta a la injuria, que implica descrédito o menoscabo, vejación para la persona, paralela pero infinitamente más despreciable. Porque, el que injuria directamente a alguien determinado, con el riesgo consiguiente de que le demanden o le denuncien, lo hace con una cierta “dignidad” da la cara e injuria a una persona en concreto, con nombres y apellidos, ofreciendo a esa persona la posibilidad de reaccionar y de responder.

Pero la simple maledicencia es diferente, es el “mal-decir” que no maldecir, sino mal hablar, difundiendo chismes, arguyendo infamias, atacando de forma artera y subrepticia, sin entrar jamás directamente a saco, para evitar problemas legales, sin dar nombres concretos, para dejar indefenso al insultado o menospreciado que no puede denunciar en base a simples “sospechas” de que, el o la maledicente, en este caso un conejo que se gasta muy malas artes, se está refiriendo a “su” persona y le está agraviando injustamente. Injustamente y con cobardía, porque en este caso no existe la valentía de la postura “a lo hecho, pecho”.

Cuando a una persona, sin nombrarla, se la califica de “Robin Hood de moros”, “caimán”, “gafe”, etc, y se trata de desacreditarla públicamente y de perjudicarla, dando todo tipo de detalles amañados y retorcidos a su voluntad, pero sin nombres y apellidos, el perjuicio y el daño moral y social son los mismos. O al menos esas son las turbias intenciones de quien, sin mojarse, hace el ventilador y salpica a todo el mundo, pero cada vez con menos fuerza. Ordalía y crucifixión, de forma despiadada y precisamente en un país donde, de manera inteligente, los ciudadanos acostumbran a ser prontos en disculpar y olvidar.

La maledicencia no conoce de olvidos, ni de perdones, extiende el infundio, difumina difamaciones salvaguardándose en el “yo no he dicho nada y se habrá dado por aludido”, no perdona a quien se niega a estar al otro lado del aparato en el momento del “¡pitiklín,pitiklín!” y juega con la velada amenaza de dañar a su oponente sin dar la cara. De perjudicar subrepticiamente, juega con el temor y la aprensión de sus víctimas… ¿Un ejemplo genérico de maledicencia? Pues comentar que, a más de un jefe político, habrían de regalarle una buena ración de “huevos al plato” porque “de lo que se come, se cría”. Maledicencia insidiosa, aunque muchos huevos al plato hay que comer para plantarle cara a los profesionales de la maledicencia, desoir sus furibundos “pitiklines” telefónicos, pasarse por el lado derecho de la ingle sus veladas admoniciones de males futuros y desenmascarar los turbios manejos de salpicar descrédito y usar el menosprecio más vil, no a rostro descubierto, sino agazapado en su madriguera.

Se tira una piedra difamatoria. Y, ante un juez, alegaría que “no ha dicho nada”, “que no ha aportado datos concretos”, “que era algo genérico”, las respuestas son tan previsibles y predecibles que causan irrisión. El conejo trata que el que se da por aludido se angustie y piense que, mejor obedecer las indicaciones del maledicente, hacerle caso y seguir sus directrices. El conejo trata de arrebatar la libertad y la tranquilidad a sus víctimas. Y hay que pararla, ponerle un freno, erradicarla de forma absoluta. ¿La mejor manera? No levantando nunca, jamás, el auricular, cuando el “pitiklin, pitiklin” suene como “advertencia” de que, al otro lado está la conejo que utiliza esas artes. Contra las malas prácticas y las coacciones camufladas por quien tiene el mezquino poder de realizarlas y difundirlas, solo cabe el absoluto rechazo social.

Porque, hasta para vengarse de los “desobedientes” y de los “no-adeptos” así como de los “insumisos”, aprovechando el que más de un tercero no ha ingerido su ración de huevos al plato, para dañar, en una palabra, hay que tener “cierto estilo”. Y ya lo dijo el gran ideólogo francés Alain de Benoist “el estilo es el hombre”. Y el mal estilo, el pésimo estilo, del usuario de la maledicencia, no cabe ni es aceptable en nuestra realidad.
 

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