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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 23 DE FEBRERO DE 2011

 
OPINIÓN / ANALISIS

Fulminaciones contra la manzana ó Apoteosis del landismo

Por Nuria de Madariaga


La categoría y la importancia de una ciudad se mide por una serie de parámetros, con especial incidencia en la existencia de un adecuado patrimonio histórico, artístico, arquitectónico, ecológico y cultural. Al igual que una obra de Picasso (guste o no guste el tipo de pintura, porque estamos quienes preferimos la pintura religiosa antigua, con insistencia en los maestros flamencos, otros a los maestros impresionistas, Renoir, Manet, Monet, Degas, aquellos a l´aduanier Rousseau con su naif exquisito y todas las chicas románticas las deliciosas escenas de Sir Lawrence Alma-Tadema o los victorianos ingleses) sigo con lo mío, al igual que cualquier obra picassiana, sea cual sea el periodo y la técnica, oleo, dibujo, aguafuerte, grabado o cerámica, supone el “capolavoro” que dirían los italianinis para denominar lo que nosotros denominamos “obra maestra” de cualquier colección de arte, haciéndola destacar y enriqueciéndola por su extraordinaria relevancia, así el patrimonio arquitectónico de una ciudad es punto de referencia para determinar la categoría y el nivel cultural y artístico de la misma.

Cierto es que “sobre gustos no hay nada escrito” y que, las preferencias estéticas forman parte irrenunciable del intelecto y de la sensibilidad de cada cual, pero sobre valor patrimonial sí está escrito y se escribe diariamente sobre “absolutamente todo” por parte de críticos de arte, tasadores, expertos, estudiosos, historiadores e incluso, desde el l ´art avant-garde, el vanguardismo, por galeristas y cazadores de tendencias. El arte en general es evaluable y definible en este siglo XXI, se encuentra en continua evolución y los críticos y los expertos, ponen el listón cada vez más alto y dan mayor relevancia a la firma de “las obras de autor”.

Nada ni nadie, en ningún periodo de la Historia, ha logrado frenar la evolución del arte ni la aparición de nuevas expresiones artísticas que conllevan, lógicamente, nuevas concepciones estéticas y estilos diferentes. Y aunque esta apreciación es básica y bastante elemental, la considero necesaria porque, la irritación de los seguidores de las tendencias y de los amantes del arte, ante las críticas catetas a la obra arquitectónica de la manzana del Revellín, es evidente y es palpable.

En cualquier ciudad del mundo, cuando un arquitecto que ha recibido el equivalente al Nóbel de la arquitectura, firma una obra y la ejecuta, el contento por “poseer” uno de los denominados “edificios singulares” siguiendo la estela de Norman Foster o de Calatrava, el júbilo de los amantes del arte de esa ciudad es común. Porque su patrimonio se enriquece y se apuesta por un valor seguro de cara a la relevancia de la urbe en cuanto a manifestaciones culturales y artísticas. Se habla de “libertad” dentro del arte, pero nada más lejano a la realidad. El del arte es uno de los mercados más rígidos del mundo. Y con reglas más estrictas. Lo digo tras haber estudiado temas de arte y patrimonio durante más de veinticinco años, espiando las tasaciones de las grandes subastas, atendiendo opiniones de expertos y observando las fluctuaciones del mercado, con especial incidencia en la labor de los marchantes. Es por eso por lo que me parece de infinito mal gusto la crítica negativa y los intentos de “ridiculización” de obras de arte contemporáneo de auténtica relevancia, como el edificio de la manzana.

Y más aún por parte de personas que, ni saben de la cultura del arte, ni la entienden porque no la han estudiado, ni han seguido jamás las tendencias, ni tienen repajolera idea de lo que supone el enriquecimiento patrimonial de una ciudad desde una visión cosmopolita y abierta. La diferencia entre el “tonto útil” y el “tonto inútil” es que, el primero, respeta lo que no entiende y comprende que puede estar equivocado, el inútil critica ácidamente lo que escapa de su entendimiento, desde un prisma cateto e ignorante, rechazando lo que no comprende.

Es similar a la apreciación, ante una obra de Miró, de la cazurra que comenta “¿Y eso es arte?¡Eso lo hace mi niño!” Si señora, pues que su niño lo hubiera hecho e inventado un nuevo prisma en la pintura y usted , su niño y la vecina, estarían ahora mismo estudiando las cotizaciones de Sotheby´s New York a ver cuanto se metían en la faltriquera con la venta del “manchurrón del nene”.

Si la vocalización de la ignorancia y más aún cuando se hace ante un micrófono causa generalmente vergüenza ajena, la crítica insistente nos hace repescar del recuerdo escenas de las películas de Alfredo Landa, en plan celtiberia-show. La directora de un medio de comunicación chillando ante el micrófono “Vamoavé la manzana nos ha costado riñón y medio a los ceutíes” y “Nació podrida y morirá podrida”. Pero, digo yo, que como la “podredumbre” arquitectónica está firmada por un premio nobel de arquitectura, en lugar de emplear a un jefe de obra normal, el arquitecto habrá llevado para repellar lo “podrido” poco menos que al personaje literario “Sinuhé el Egipcio” que embalsamaba los cadáveres de los faraones, les quitaba la podredumbre y diseñaba primorosas momias. ¿Qué dice la “experta” que huele a podrido desde el Hacho? Bueno, obviando la gravedad penal de las acusaciones, eso será porque, el embalsamador, no se habrá echado desodorante, o porque el arquitecto aún estará sudado de tanto firmar autógrafos cuando le otorgan premios internacionales.

“¡Queremos las cuentas!” Bramaba la “experta en arte”. “Ahí están” alegaba tímidamente un propio. “¡No, esas no, las otras, lo que realmente ha costado!” ¿Y donde están las “otras cuentas”? ¿Será algún tipo de jeroglífico con clave para llegar al secreto? ¿Dónde las esconderá arteramente el gobierno?.

Mis fuentes periodístico-culturales me lo chivan en clave artística “¿Usted conoce la serie de grabados de Picasso llamados “Los papeles de Son Armadans” realizados en colaboración con Camilo José Cela que ponía los textos?” Digo que sí la conozco, mi comadre Carmina Maceín veraneaba con Picasso y los Vilató y le llamaba “tío Pablo” y ella me ha desasnado en la materia. “¿Usted ha visto que uno de los grabados representan a dos mujeres haciéndose la pedicura?” Le digo al chivato que sí lo he visto y mi fuente me susurra: “Pues mire con una lupa en el coño de la que se hace la pedicura porque ahí está la clave esotérica para encontrar los ‘papeles’ de lo que realmente ha costado la manzana”, resulta complicado pero culturalmente muy fino.

Tendrá razón la fuente. Ya sabe lo que hacer la exterminadora de tendencias arquitectónicas, pillarse una lupa y buscar los grabados. Y callarse, porque alguien puede estar oyendo sus vulgaridades y pensar que Ceuta es el escenario idóneo para hacer películas tipo Alfredo Landa años setenta y que aquí no vivimos la cultura sino que vivimos una apoteosis del landismo.
 

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