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OPINIÓN - SÁBADO, 26 DE FEBRERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

El hombre que ya no es racista
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El hombre se había distinguido siempre por creer que pertenecía a una raza superior. Y hacía mofa a cada paso de quienes tenían la piel oscura por ser de otra etnia o bien chapurreaban el castellano a su manera. Como todos sabemos que en esta tierra suelen hablar nuestra lengua algunos españoles de origen marroquí.

El hombre, además, se jactaba continuamente de tener un caletre excepcional. De manera que, cuando miraba a su alrededor, sólo veía componentes de una raza inferior e individuos de la suya que llegaban a ocupar cargos siendo como eran unos auténticos advenedizos.

El hombre, cuando todavía era joven, aunque vetusto por dentro, vivía convencido de que estaba llamado a ser el dirigente político más importante que nunca jamás hubieran conocido en su tierra. Y a medida que fueron llegando los fracasos electorales, en vez de reflexionar sobre sus errores y sus posibilidades reales, se obcecó con creer que casi todos los habitantes de su ciudad eran tan ignorantes como no para no darse cuenta de que estaban despreciando a una lumbrera que jamás volvería a nacer otra igual.

Actitud que hacía que el hombre fuera perdiendo la chaveta al no entender cómo sus paisanos eran capaces de renunciar a su sabiduría; tan necesaria, según él, para ilustrar a propios y extraños. Había días en los que la indignación se apoderaba del hombre al ver que era desestimado por sistema. Que no ofrecía la menor confianza cual político. Y se le revolvía la bilis. Sobre todo cuando veía que una persona despreciada por él no dejaba de aunar voluntades y ganaba las elecciones con facilidad pasmosa.

Trastornado por semejante malestar, el hombre comenzó a maquinar a fin de conseguir darle una vuelta a la situación. Porque estaba harto de ser derrotado. Y se fijó en otro político que podría venirle muy bien para cambiar su sino de perdedor archiconocido. Y puso sus ojos en una buena persona, con capacidad suficiente para interpretar correctamente la realidad. Una persona sencilla, sensible y humana. Cierto que ese político no pertenecía a los de su clase. Era inferior. Por sus rasgos y por el color de su piel. Pero era la única tabla de salvación que le quedaba para asirse a la posibilidad de obtener un escaño de diputado.

Mientras andaba haciendo las averiguaciones correspondientes al caso, o sea, tratando de convencer al político que podría facilitarle la posibilidad de ver cumplidos sus sueños, nuestro hombre fue enterado de que uno de los suyos había decido darle una oportunidad al mestizaje. Y cayó fulminado por un ataque de pánico. Para, a renglón seguido, convertirse en un basilisco. Y así vivió durante varios meses: invadido por la ira y gritando por los rincones contra todo y contra todos. Sin querer reconocer, a pesar de ser hombre tan formado e inteligente, que los grupos “puros”, las razas “puras”, las naciones “puras” no producen más que aburrimiento… o crímenes.

Cuando este hombre, que puede ser ciudadano de cualquier parte, sale acusando de racismo -ese mal que no permite reconciliación con el “otro”- a los demás, uno piensa que es un cínico. Y un infeliz. Porque ha de tragar quina aliándose con personas inferiores, según su comportamiento ante el mestizaje, con el único fin de obtener un provecho que a él le está vedado conseguir por cuenta propia. Vaya hombre…
 

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