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OPINIÓN - DOMINGO, 27 DE FEBRERO DE 2011

 
OPINIÓN

Las mujeres seguimos valiendo menos que los hombres

Por María Muñoz


Ya lo decía San Pablo cuando proclamaba que el hombre era la cabeza de la mujer y que las casadas debían callar y estar sujetas a sus maridos. De lo contrario, que se atuvieran a las consecuencias, le faltó añadir al buen hombre. Más de dos mil años después, la vigencia de estas afirmaciones es tal, que lejos de poder ser contempladas como reminiscencias de una cultura patriarcal agotada, se me presentan como la imagen más clara de nuestra realidad actual. Son ya 14 mujeres con nombres y apellidos, con familias, y ¿derechos? las víctimas mortales de este año. Pero son muchas más las que han sucumbido en esta vorágine de violencia absurda y las que a día de hoy siguen sufriéndola. Y todo ello únicamente por ser mujeres. Del mismo modo que por ser mujeres las víctimas, se ha normalizado y banalizado el tema durante años, relegándolo al ámbito de lo privado e incluso justificando la violencia como un medio lícito en la relación amorosa (siempre en manos del hombre, por supuesto, como debe ser).

Porque las mujeres hemos sido y seguimos siendo ciudadanas de segunda categoría. La igualdad, la libertad y la dignidad son palabras vacías cuando se habla de mujeres cuyos derechos no son respetados en ningún país del mundo. Feminicidios en América latina, ablaciones de clítoris en países africanos, tráfico de mujeres y esclavitud sexual, utilización de mujeres y niñas como botines de guerra, violaciones y agresiones sexuales, infanticidios selectivos de niñas en países asiáticos, discriminación laboral y salarial y un sinfín de circunstancias más lo confirman.

La violencia machista, esa que se ejerce sobre las mujeres por el simple hecho de ser mujeres, es un fenómeno mundial y no sólo se traduce en violencia física: ésta no es más que la manifestación extrema del desprecio y el odio hacia las mujeres que la cultura patriarcal ha inoculado en sus miembros desde la más tierna infancia generación tras generación. Porque aunque muchos aún no lo sepan o no quieran saberlo, la educación sexista, esa del babi rosa para la niña y azul para el niño, la de los cuentos en los que los hombres son héroes, valientes, independientes y fuertes y las mujeres bellas princesas débiles y obedientes, la misma educación que fomenta las barbies y las cocinitas para las niñas y los soldados y los juegos violentos para los niños, es el caldo de cultivo del que surgirán futuros maltratadores y futuras mujeres víctimas, abocadas, cuando menos, a convivir diariamente con la desigualdad.

Es hora de que quede bien claro que los hombres que ejercen violencia hacia las mujeres no son enfermos, ni drogadictos, ni tienen un nivel sociocultural bajo, ni están presionados por el paro y la crisis ni tampoco son hombres a los que sus mujeres “les hacen mucho más daño psicológicamente”, al igual que las mujeres que la sufren no son masoquistas, débiles, ignorantes y dependientes económicamente, afirmaciones todas ellas producto, de la más profunda ignorancia, en el mejor de los casos, y del intento de resituar el tema como un fenómeno residual y así mantener el orden(masculino) vigente, en otros muchos.

La violencia de género es un fenómeno estructural y complejo que extiende sigilosamente sus tentáculos hacia todas las esferas de las vidas de las mujeres, arañando los derechos de éstas y menoscabando su autoestima: las mujeres cobramos menos que los hombres, seguimos realizando las tareas domésticas teniendo por tanto una doble jornada laboral, los hijos siguen siendo más responsabilidad de la madre a pesar de que los padres “colaboran” y además somos juzgadas ferozmente por nuestro aspecto físico, viéndonos sometidas a la tiranía de unos cánones de belleza inalcanzables.

Sin embargo, lamentablemente, en la mayoría de las ocasiones se sigue mirando para otro lado, condenando la violencia física mientras reproducimos alegremente prejuicios y estereotipos sobre las mujeres, cuestionando y culpabilizando a las víctimas, maltratándolas de nuevo con sentencias irrisorias para sus agresores, estigmatizándolas con las posibles denuncias falsas y juzgando su labor como madres con la invención de síndromes como el de alienación parental.

Ha llegado el momento de que, mujeres y hombres, nos manifestemos radicalmente en contra de todas las formas de violencia machista, no sólo el 25 de Noviembre sacando la tarjeta roja al maltratador, sino colaborando en el día a día en la erradicación de la discriminación, replanteándonos esta violencia como un verdadero terrorismo de género que priva de derechos fundamentales a más de la mitad de la población mundial y que perpetúa una desigualdad que a todos y todas nos debería avergonzar.

Mientras esto no ocurra, muchas mujeres seguirán muriendo a diario.
 

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