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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE MARZO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

El innombrable
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El hombre lleva ya varios días que tarda mucho en dormirse. Y, cuando le toca levantarse, está quebrantadísimo. Los días que está bajo de tono, y débil físicamente, sus preocupaciones aumentan y se le agigantan las dificultades, por lo menos en la aprensión. Ahora está pasando por una mala racha; una de las peores de su existencia; nada que ver con el último disgusto personal. Que cree superado. Bueno, hay cosas que tardan mucho tiempo en olvidarse.

Su malestar es indefinido. Es una mezcla de falta de confianza en lo que está haciendo, actualmente, y miedo, mucho miedo, a no salir elegido concejal. Ya que sería una nueva derrota en su carrera política. Aunque la más dolorosa, debido a lo mucho que viene arriesgando y, sobre todo, porque hay veces que se asquea de sí mismo. Ya que el hombre, por más que intente quitárselo de la cabeza, recuerda perfectamente lo que decía, años atrás, de las personas con las que ahora anda a partir un piñón.

El hombre no sabe lo motivos porque los ceutíes se irritan con él; y se pregunta si será que carece de don de gentes, o será que no le conocen lo suficiente, por más que lleve muchos años siendo la persona que más se aprovecha de los medios de difusión para explicar cuanto sabe, lo mucho que vale… Y, de paso, para hablar de vendidos, de persecuciones, de ladrones de baja estofa. Y cuanto más se empeña en destacar, denigrando a los demás, y aseverando que vive en un pueblo donde los ignorantes son legión, peor le van las cosas. Por culpa de su expresión pedante y rebuscada y su terquedad fanática.

El hombre se ha dado cuenta, ya era hora, de que le han perdido el respeto. Que se ha convertido en el muñeco idóneo para que jueguen con él al abejorro, personas que antes no se atrevían ni siquiera a mencionar su nombre. Personas que le están dando un tratamiento cachondeable. En algunos casos, lo insultan hasta con faltas de ortografías. ¡Qué horror! No me extraña, pues, que tarde en dormirse. Y que luego le cueste lo indecible echarse abajo de la cama, porque no puede ni con su alma. Lo comprendo.

Lo que le está ocurriendo a este hombre, tan arrogante él, tan metido en su papel de protector de los más débiles, tan convencido de que esta tierra lo necesita en todos los sentidos, puede ocasionarle perjuicios impensables. Y temo por él. Por su salud y por la de quienes estén a su vera. Pues me imagino que hay que tener muchos dídimos para poder aguantar el carácter de este hombre. Siempre agriado. Siempre irritado. Siempre lamentándose de cómo es posible que los vecinos le tengan tanta tirria como para vengarse luego de él en las urnas.

Dado que yo presentía -después de haberle dedicado muchos comentarios- que este hombre acabaría sumido en un mar de confusiones, un día, de hace nada, decidí anunciar que jamás volvería a mencionar el nombre del hombre de quien escribo. Y mi trabajo me cuesta. Porque este hombre, tan propenso a creerse que es un estadista, desaprovechado en una España manejada por mediocres, estaba perdiendo la chaveta y propiciando, sin duda alguna, ser presa fácil de cualquiera… Y, desde luego, porque me había cansado de recibir quejas de quienes me achacaban repetirme en las críticas a un sindicalista al que, según decían, estaba dándole una importancia de la cual carecía. Y ahora qué… Hay listos por doquier. Perdón por el pareado
 

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