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sociedad - DOMINGO, 13 DE MARZO DE 2011


Coulibaly Mamadou (I) y Amara Kamara. f.r

INMIGRACIÓn / de ÁFRICA A EUROPA
 

Hacia el sueño europeo
en un camión de basura

La diáspora africana se cruza en Ceuta en historias como las de Amara y Coulibaly, a los que el 7 de marzo la Guardia Civil interceptó cuando trataban de esconderse en contenedores con destino a la península
 

CEUTA
Tamara Crespo

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Volverán a intentarlo. El camino de vuelta es imposible y la estancia en Ceuta, demasiado larga e “improductiva”. Cuando se les habla del riesgo que supone ocultarse en camiones de basura para tratar de alcanzar la península, Coulibaly Mamadou y Amara Kamara se encogen de hombros: “Y qué voy a hacer, aquí no puedo quedarme”, replica el primero al final de la entrevista con EL PUEBLO, a las puertas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), donde saben que pueden permanecer hasta dos años antes de que se resuelvan sus expedientes de solicitud de asilo, les permitan ir a la península o les devuelvan a sus países de origen, en este caso, Costa de Marfil y Guinea Conakry, respectivamente.

Como el de tantos africanos de la moderna diáspora, el destino de estos dos jóvenes, de 23 y 22 años, se ha cruzado en Ceuta, en el borde de África y, dentro de este borde, en el extremo que representa la Planta de Transferencia de Residuos Sólidos Urbanos de Santa Catalina. El pasado 8 de marzo, este diario relataba la historia de los inmigrantes “al borde del abismo”. A Kamara, un guardia civil le ayudó a salir de una difícil situación, a un metro de precipitarse por los acantilados del Hacho cuando huía de los agentes. -“¿Qué pensabas que iban a hacerte?”, -“Pegarme”, responde, para explicar que en su país la policía tiene esa costumbre “en general”.

Desde la mentalidad de un europeo hay que esforzarse para comprender la percepción de las cosas, de las instituciones e incluso de las personas, del mundo, que puede tener un joven nacido en Kerawani, al norte de Guinea, en un lugar donde nunca fue al colegio, “porque estaba muy lejos” y en el que no había electricidad, por lo que tampoco conoció Europa a través de la televisión. La mirada de Amara se pierde en el relato de un viaje hacia ningún sitio en particular, un viaje de pura supervivencia.

Los relatos de los hombres y mujeres que atraviesan África en busca del sueño europeo se repiten, pero ninguno es igual. El viaje de Amara Kamara comenzó a finales de 2008, cuando su padre, transportista, fue con su camión a Liberia y, a causa de la guerra, dice, no regresó. Antes había fallecido su madre, que, según cuenta, murió al caerle encima la rama de un árbol durante un temporal. Amara quedó solo con un hermano pequeño del que no ha vuelto a saber desde que emprendió camino, en el coche de un hombre que iba en dirección a Mali, el país limítrofe de Guinea más cercano a su pueblo. La frontera con Mauritania la pasó a pie “por el desierto”. En Nuakchot, capital del país vecino de Marruecos y ya en la costa atlántica, aprendió el oficio de mecánico; trabajaba a cambio de comida y de un lugar en el que dormir junto al taller. A finales de 2010 emprendió viaje, otra vez a pie, de Nuadibou a Dakhla, la Villa Cisneros de la época del protectorado español en el Sáhara Occidental. No fue hasta llegar a Marruecos que oyó hablar de España, a un grupo de malienses a los que se unió. Llegó a Castillejos, en un coche que alquiló, de madrugada, a las 6 de la mañana, y diez horas después estaba en el agua, en la bahía de Beliones, con un chaleco inflable que “encontró” en el bosque. Era el 30 de diciembre de 2010, el día en que en Ceuta se enterraba a Paul Charles, el camerunés que murió aplastado por la carga de uno de los camiones en el que, como intentaría Amara tres meses después, se había escondido para cruzar el Estrecho.

El intento de este guineano por ocultarse en un contenedor de basura era el primero, pero para Coulibaly Mamadou fue el segundo. La primera vez, la Guardia Civil le descubrió en los bajos de un camión en el puerto. El destino quiso que él llegara a Ceuta el 28 de diciembre, cuando Charles terminaba su viaje vital en la carretera del Monte Hacho.

El relato de Coulibaly es el de una persecución política. Salió de su país a los 15 años y como Amara es analfabeto porque sus padres no le mandaron al colegio. Desde niño trabajó en el campo y al “conflicto” familiar, con un padre que pegaba a la madre, se sumó la muerte violenta del progenitor, militante de una “coalición” de partidos que identifica con las siglas RDE. Según su relato de una escena de la que afirma haber sido testigo, miembros de otra organización, el FPI, entraron a casa, ataron a su padre las manos a los reposabrazos de una silla y le pegaron una paliza. Murió en el hospital y la madre, tres meses después, cuenta apretándose el pecho para tratar de describir la causa de su muerte.

Para entonces, con apenas 16 años, Coulibaly estaba casado: su madre le había buscado una esposa de su pueblo y ella y su padre se trasladaron a vivir con el nuevo matrimonio a Abidján. Allí nació, en 2004, su hijo, Coulibaly Ibrahim. Al quedarse solos y a causa también de las “amenazas” de quienes habían matado a su padre, Coulibaly, que asegura no encontraba trabajo, decidió dejar a su mujer, Mariam, y al niño a cargo de unos vecinos y partir hacia Mali. Esto fue en 2006 y no ha vuelto a saber de su familia.

En Marruecos, trabajó como recolector de patatas y dormía en una tienda de campaña con otros 20 inmigrantes, todos malienses. En su caso, el viaje hasta territorio marroquí fue a través de Argelia desde Gao y, después, hasta Ouxda, atravesando la frontera a pie e un “despiste” de los mehanis marroquíes. De allí, a Rabat, oculto en el maletero de un autobús cuyo conductor le ayudó desinteresadamente, afirma, cuando le contó su historia. En Rabat, el mismo chófer le presentó a otro que le trajo hasta Castillejos, oculto en la litera de su camión. También llegó a Beliones de madrugada y en el bosque se encontró con otros subsaharianos organizados en pequeños grupos. Un compatriota murió “de frío”: “Llevaba una semana sin parar de llover”, explica. Cuando se le pregunta qué hicieron con el cadáver cuenta que se lo dijeron a la policía marroquí y se lo llevó. No conocía su nombre.

En su caso, el paso a Ceuta fue igualmente a nado, pero valiéndose de la cámara de un neumático, a las dos de la madrugada. La Guardia Civil alertó a los gendarmes de que iba a lanzarse al agua, y cuando fueron a atraparle, corrió. Llegó, exhausto, a la orilla, donde un agente español le sacó del agua. Dos días después, se escondía en los bajos de un camión. En el contenedor de la Planta de Transferencia donde le localizó la Guardia Civil estuvo escondido desde las 9 de la mañana hasta la una de la tarde.

Amara Kamara quiere ir a Madrid a trabajar en el único oficio que aprendió, como mecánico; Coulibaly Mamadou desea llegar hasta Barcelona, donde dice que tiene “conocidos” con los que se encontró en 2006 en la frontera de Argelia. Aunque confirma que tiene la dirección de la casa en la que dejó a su mujer y su hijo, no quiere escribirles desde Ceuta, porque no tiene nada que ofrecerles: “No les puede ayudar”, traducen.
 

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