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OPINIÓN - JUEVES, 24 DE MARZO DE 2011

 
OPINIÓN / EL 7º DE MICHIGAN

Entre Bill Gates y Dickens

Por Fidel Raso


Ayer fui testigo de dos situaciones que quiero compartir con ustedes. Una en la barriada del Príncipe por la mañana y la otra en pleno centro de la ciudad por la tarde. Ambas, juntas, me dejaron una sensación extraña; sensación que cabalgaba desde el ánimo hacia el desaliento y también viceversa.

Al mediodía subía a la barriada del Príncipe junto a una compañera del periódico para comprobar los preparativos que se estaban realizando para la visita del presidente Vivas, que va a tener lugar hoy. Allí varias brigadas de limpieza y otras de ejecución de obras trabajaban a destajo con la maquinaria necesaria. Montañas de basura que habían estado hasta el día anterior iban desapareciendo bajo los grandes cazos de las máquinas excavadoras. Acciones rápidas, contundentes y efectivas como si una brigada de nuestros queridos Ingenieros de la Comandancia de Obras estuviesen actuando bajo el uniforme de Obimace o la Federación de Vecinos. Así estábamos cuando de repente apareció por la calle Fuerte una furgoneta aparentemente blanca y que se movía más que un ferry con el Levante. Aquella cosa avanzó hacia mi renqueante, con una sinfonía de motor y chapa más acompasada que la del Nuevo Mundo de Inma Shara en el Auditorio el pasado día 24 de marzo. Cuando el vehículo llegó a mi altura frenó en seco y un nuevo sonido, esta vez intenso y agudo producido por el frenazo se unió al que generaban el motor y la carrocería. Fue una experiencia acústica y extrasensorial única.

Por unos momentos también llegué a pensar que aquel vehículo circulaba solo, dado que el deteriorado estado del cristal frontal impedía ver si alguien lo iba conduciendo. En medio de esa duda apareció por una de las ventanas laterales de la furgoneta un vecino de la barriada que transmitía alegría y buen humor. Eran unos chatarreros del Príncipe a quienes algunos meses antes había visto cómo se llevaban con mucho esfuerzo toda esa morralla de metal que tanto abunda en algunos vertederos ceutíes y que está formada, en gran parte, por restos de coches quemados o deteriorados por el abandono. Ellos cargan la furgoneta con sus propias manos y llevan el hierro hasta Marruecos para venderlo y, de esta manera, se sacan un dinero para mantener a sus familias, algo de lo que se sienten orgullosos.

Cuando tuve cerca la furgoneta pude comprobar que su negocio ya estaba en Internet y que lo habían ampliado a ‘24 horas con servicio a domicilio’. Me quedé impresionado y así se lo hice saber. No era para menos dado que aquella actividad ya tenía nombre: “Tafo y Ali Chatarreros a domicilio sin compromiso”. Además con un dibujo de una lavadora y una nevera de estilo naif o de 2º de ESO que daban muy bien en la furgoneta. Pero lo que más me llamó la atención es que el servicio llevara implícito el “sin compromiso”, palabras que tanto rentabilizaron los grandes almacenes de los años 70. Lo que no creo es que pudieran hacer eso de si no está de acuerdo con nuestro producto “le devolvemos su chatarra”. Todo se andará. Pero esa buena gente el paso más importante que ha dado es el de quedarse con un dominio impresionante como es el de ‘www. chatarra.com’ eso sí que puede dar dinero. Ayer entré en su dominio y la verdad es que no vi el domicilio ceutí, pero quizás sea una globalización por etapas. Sobre el capó también llevan pintado el enlace de Internet de la marca aunque pone solo ‘www.com’ seguramente porque los clientes ya saben que con esa entrada les basta para contactar con Tafo y Ali. Personalmente creo que ingenio no les falta. En todo caso lo que les falta es algo de producto para ampliar la flota de vehículos, pero todo se andará dado el crecimiento de coches abandonados por la ciudad. Nada, nada, ...¡ánimo! Microsoft, Youtube y Harley Davidson, entre otros, empezaron en un garage de forma modesta. El negocio de la ‘Chatarra.com’ no tiene límites.

El niño ladrón

La experiencia matinal en la barriada del Príncipe con ‘Tafo y Alí Chatarreros’ me dibujaba un mundo mas onírico que real. Una lucha entre los sueños y las realidades complejas que conviven con nosotros en el día a día. Un mundo, mi mundo, que está ahí y que parece burlarse de nosotros como venganza a ciertos cachondeos económicos.

Así transcurría mi día laboral cuando otra labor informativa me llevaba caminando por la calle Antíoco en dirección al edificio de los sindicatos en pleno centro de la ciudad sobre las seis de la tarde. Cuando estaba a la altura de los almacenes San Pablo vi correr desaforadamente hacía mí por el medio de la carretera a un chino de edad adulta y alto que perseguía a un niño de unos 10 años más bien bajito y que también corría desaforadamente un par de metros delante del chino. Cuando llegaron a mi altura el oriental dio alcance al pequeño y le agarró por la mochila que llevaba a la espalda. El niño se sintió mal por la detención y balbuceaba al mayor unas palabras que ninguno -yo como testigo cercano- interpretábamos. De repente, el adulto chino le dijo al pequeño una sola palabra: ¡Dámelos! El infante abrió el puño de la mano derecha y dejó entrever unos caramelos. El joven se los cogió con firmeza de la mano y con la mirada muy seria soltó al muchacho y le dejó irse calle abajo en dirección al paseo del Revellín. Una mujer mayor también testigo y asombrada por el suceso le preguntó al joven chino si se los había robado..., el adulto dijo un escueto sí y se volvió para la tienda.

Me pareció increíble haber visto a un niño robar unos caramelos. Me acordé de Charles Dickens y de su novela ‘Oliver Twist’, donde se burlaba de la hipocresía de su época con dosis de humor negro y sarcasmo. Cosa que, en mi caso, me dejó ayer sumido en un mar de dudas sobre el futuro que estamos construyendo.
 

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