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                     Es incuestionable que existe la 
					verdad, aunque en ocasiones parece que es un invento, porque 
					da la sensación que no se le encuentra por ningún sitio. 
					Pero, además, tenemos derecho a saber de la verdad, porque 
					también queremos ser libres como la verdad. De entrada, sepa 
					el lector que no me interesa tú verdad para nada. Antonio 
					Machado, describió y descubrió como pocos la autenticidad 
					del término, que ahora transcribo: “Tú verdad no; la verdad/ 
					y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela.//”. Tantas 
					veces somos engañados por la apariencia de la verdad, que 
					parece haberse eclipsado en la faz de la tierra, pero al 
					final el tiempo siempre nos la muestra como el ser de las 
					cosas. Esta verdad (verdadera) sí que me importa y sí que me 
					dice y sí que la quiero compartir con el lector.  
					 
					El valor de decir la verdad en un reino de mentiras, en 
					verdad no es nada fácil. Lo sé y todos lo sabemos por 
					experiencia. Comprometerse con la verdad en un mundo en el 
					que tantas veces se niega la verdad, advertimos que tiene 
					también sus consecuencias. Hablar claro y hondo no es buena 
					carta de recomendación. Los violadores de la verdad siempre 
					están alerta para empañar la claridad. Lo malo es que 
					apuñalan a diario la salud de la sociedad humana, y se 
					quedan tan panchos, y nosotros tan pasivos. Nos alegra, 
					pues, ante este desolador panorama, que Naciones Unidas haya 
					proclamado el 24 de marzo como Día Internacional del Derecho 
					a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los 
					Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas.  
					 
					Restaurar la verdad, es ante todo llamar por su nombre a los 
					actos de violencia y promover la memoria de las víctimas de 
					violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos. 
					Cada persona tiene el derecho a reclamar su derecho a 
					existir. Asimismo, cada ciudadano tiene también el deber de 
					auxiliar al que pide ese derecho a existir. La sociedad no 
					puede acostumbrarse a las matanzas de mujeres y hombres, de 
					niños y mayores. Hay un universo de sufrimiento desbordante 
					que ahí está, y en el que todos tenemos la obligación de 
					intervenir. Solapadamente la mentira se sigue introduciendo 
					por las ventanas de la vida, como tantos ataques 
					indiscriminados contra seres humanos, deformando realidades 
					verdaderamente horribles, que debemos empeñarnos en su cese 
					cuanto antes. Sí que se puede conseguir la detención de ese 
					mundo cruel, con el mero hecho de servir a la verdad, y no 
					sirviéndose de una verdad maquillada. Pongo un ejemplo: No 
					se puede realmente denunciar el recurso a la violencia y que 
					el mundo siga armándose hasta los dientes, en lugar de hacer 
					justicia y de fortalecer la humanidad por los caminos del 
					diálogo. 
					 
					Se dice que de bien nacidos es ser agradecidos. Nuestra 
					gratitud ha de rendir tributo a quienes ofrecieron su vida, 
					arriesgándola por un objetivo bien claro, el de promover y 
					proteger los derechos humanos. Muchos han perdido en este 
					empeño su propia vida, vaya para ellos nuestra más sentida 
					admiración. Han luchado porque se reconozca la universalidad 
					indivisible e interdependiente de los derechos civiles, 
					políticos, económicos, sociales y culturales de la 
					humanidad. Y aunque esto no tiene pago, su ejemplaridad nos 
					fortalece, ellos son los verdaderos ciudadanos de paz, que 
					han sabido mantener su justa orientación al paso por esta 
					vida. No han cedido al espíritu de la trampa, de lo 
					inhumano, y su voz permanecerá por siempre, por mucho que se 
					intente ocultar. Al fin y al cabo, la verdad sólo tiene un 
					camino y es una vereda que se le reconoce al instante, 
					porque en lugar de entablar guerras, suscita la 
					reconciliación donde hay odio e injerta sosiego donde habita 
					la enemistad. 
					 
					Vivimos unos tiempos inseguros, crecientes de dificultades, 
					en parte cosechados por haber trastocado la verdad como 
					conciencia crítica. El sectarismo, la propaganda de 
					intereses, acosa y ahoga sensibilidades, induciendo a la 
					gente a las mayores atrocidades. Tampoco podemos 
					conformarnos con nobles declaraciones de principios de 
					intenciones. Debemos esforzarnos por hacer que los derechos 
					humanos sean una realidad en todos los Estados. No puede 
					haber matices. O se cumplen o no se cumplen. O se accede a 
					la verdad o no se accede, y para acceder a ella sólo hay un 
					camino, el del amor, que todo lo valora y lo humaniza. Dar 
					derecho a la verdad, pues, significa dar valor a la persona 
					por encima de los intereses del mundo y sus poderes, de las 
					hipocresías y simulaciones. Frente a este clima de 
					ambigüedades, considero que tenemos el deber de utilizar 
					todo nuestro potencial humano y nuestro pensamiento más 
					creativo, para forjar un mundo más inmerso en los valores de 
					la verdad, la justicia y los derechos humanos para todos. 
					 
					Pienso que ha llegado el momento de que el mundo se revele 
					contra la mentira, se juzgue a los predicadores de la 
					mentira y a los que les salvaguardan. No se puede consentir 
					que haya víctimas de violaciones de derechos humanos que no 
					pueden hacer valer aún sus derechos. Por otra parte, tenemos 
					derecho a conocer la verdadera historia que a veces se nos 
					niega, el por qué y el para qué de las cosas y de los 
					hechos, implícitamente relacionados con la libertad de 
					expresión, que comprende el derecho a solicitar y a difundir 
					información para esclarecer las situaciones. Igualmente, el 
					derecho a la verdad también guarda estrecha relación con el 
					estado de derecho y los principios de la transparencia, la 
					responsabilidad y la buena gestión de los asuntos públicos. 
					La verdad es fundamental para la dignidad inherente del ser 
					humano, ya lo sabemos, pero difícilmente brotará en su 
					autenticidad, si se ponen trabas a las investigaciones o si 
					la protección jurídica y judicial llega tarde, que es como 
					si no llegara. Ciertamente, una sociedad que es incapaz de 
					conciliar la justicia y la libertad, difícilmente podrá 
					convenir la verdad con el amor, y, desde luego, fracasará en 
					todo. 
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