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                     De repente uno cumple setenta y un 
					años y, también de repente, uno se percata de que está igual 
					que a los cincuenta y nueve. Yo supongo que la vejez es una 
					vocación de la que carezco, se conoce que estoy lleno de 
					limitaciones. Esto de cumplir setenta y un años queda menos 
					solemne de lo que pensaba; la gente le da demasiada 
					importancia a las cosas y también se toma excesivamente en 
					serio a sí misma (el párrafo no es mío, pero como si lo 
					fuera).  
					 
					Dicho queda, pues, que actúo y me comporto como si fuera 
					casi sexagenario. En todos los sentidos. Y me crezco en la 
					suerte de lo que estoy diciendo, sin duda alguna, cuando veo 
					a personas que tienen veinte o treinta años menos que uno y 
					viven esclavizadas por sus obsesiones de pacotilla. 
					 
					Esta semana, que está tocando a su fin, los obsesos 
					profesionales de la política local, han dado en la manía de 
					pedir a gritos la dimisión o la destitución de Yolanda Bel: 
					portavoz del Gobierno presidido por Juan Vivas. 
					Motivo: la acusan de ser una mentirosa. Vaya, he aquí a unos 
					políticos que no tienen ni idea de que todos mentimos “para 
					simplificar la vida”. 
					 
					Parece mentira que tales políticos no se acuerden de cómo 
					Clinton, cuando lo de su despacho oval con la becaria, 
					salió airoso del trance quitándole importancia a lo que 
					había pasado entre él y Mónica Lewinsky. Cierto es 
					que unos mienten exagerando cualquier hecho y otros lo hacen 
					quitándole importancia. 
					 
					Por esa regla de tres, es decir, por pedir dimisiones, 
					destituciones, cárcel o separaciones matrimoniales por 
					mentiras de tres al cuarto, el mundo sería un caos. Sería 
					ese mundo de Ficciones que uno no se cansa de leerle a 
					Borges. Un mundo lleno de ensoñaciones. Donde a cambio 
					de la erudición uno pasa por momentos en los que, si no pone 
					los pies en el suelo, puede terminar con la cabeza llena de 
					pajaritos. Más castizo aún: con la chaveta perdida. 
					 
					Con la chaveta perdida también puede quedarse uno si es 
					asiduo mirón de la pantalla cuando Yolanda aparece en las 
					televisiones locales con el fin de darnos el parte del 
					gobierno. Porque Yolanda, prejuicios a un lado, da muy bien 
					en la televisión. Y se ha convertido, porque así me lo han 
					contado muchas personas, en objeto de admiración casi 
					generalizado. Por algo será. 
					 
					Cito de memoria, lo que dijo al respecto de las mujeres 
					fastidiadoras, un escritor francés, misógino reconocido: Las 
					mujeres fastidiadoras vuelven a los hombres locos… de amor 
					cuando se cruzan en su camino. Generalmente, son bellas, 
					inteligentes, ambiciosas, femeninas, liberadas sexualmente y 
					dejan huellas indelebles en los corazones que conquistan. 
					Eso sí, suelen ser egoístas y barren para su casa. Faltaría 
					más. Y además, como no podía ser menos, exigen de sus 
					maridos que las tenga al día para mostrarse siempre en 
					perfecto estado de revista.  
					 
					Pues bien, en el caso de YB, Juan Vivas que es un lince en 
					muchos aspectos, sabe que las ‘mentiras’ de la portavoz del 
					gobierno son necesarias por varias razones. Una de ellas, 
					porque hace posible que los dos o tres políticos locales, 
					con menos futuro que un pingüino en el desierto, salgan a la 
					palestra pidiendo que dimita o sea destituida una mujer que 
					cada día es más apreciada y mirada. Y, claro está, hacen un 
					ridículo espantoso. Porque, todo hay que decirlo, la 
					portavoz es escudriñada deleitosamente por tirios y 
					troyanos. Por hombres y mujeres. Como para prescindir de 
					ella. 
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