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OPINIÓN - DOMINGO, 27 DE MARZO DE 2011

 
OPINIÓN / LUCES Y SOMBRAS

De la Frontera de Ceuta: ¿Alianza
o Choque de civilizaciones?

Por  J.M. Pecero


En política exterior, ni España ni el resto de la Unión Europea han sabido gestionar bien los riesgos que subyacían en los países del norte de África. Los intentos de promover el entendimiento entre Occidente y el mundo Árabe se han desvelado como genéricas declaraciones de intenciones que encubrían intereses económicos en un marco de buena vecindad con regímenes políticos autoritarios. La tradicional hermandad española con estos países queda ahora en entredicho cuando sus poblaciones se levantan y el margen de actuación se reduce. La dependencia energética y los intereses comerciales nos llevaron a seguir una opción insostenible a largo plazo.

Como nación no hemos apoyado ese fervor democrático iniciado hace años ni hemos oído con interés las demandas de defensa de derechos humanos o de lucha contra la represión. Al contrario, hemos dado a nivel internacional una imagen partidista, electoralista e interesada en unos asuntos claves que requieren un consenso nacional. Y en la guerra de Libia, y no sin problemas, la incipiente unión por parte de los gobiernos, en torno a la OTAN, empieza a tomar partido, pero se corre el riesgo de enquistar una situación de guerra civil en la que no se sabe cuántos bandos hay o quedarán.

En Occidente se dan interpretaciones y se buscan soluciones a esta crisis mundial en la que estamos instalados y con la que debemos aprender a convivir, porque ciertamente se trata de un conglomerado de ellas y que irán cambiando de la economía real y financiera a la política, afectando directamente a una u otra área geográfica pero con repercusiones globales. Es de esta globalización o internacionalización de conflictos de la que me gustaría que habláramos; intentar saber cómo se percibe desde el otro lado de la frontera, esa frontera que separa Ceuta de Marruecos, el mundo árabe del occidental. En Ceuta casi todo es internacional, y la frontera y sus repercusiones sin duda alguna; su política exterior necesita un respaldo nacional y europeo y estas son algunas de las peculiaridades que determinan un tratamiento diferencial.

Existe una honda preocupación entre los intelectuales árabes- moderados y extremistas- acerca de la globalización y sus peligros. El mantenimiento de la identidad cultural y la independencia frente a la superioridad de Occidente y la globalización son defendidos por todos, pero con diferente intensidad o agresividad. Aquella, en el plano ideológico, es vista como una nueva forma de imperialismo estadounidense, como una conspiración contra el Islam y la cultura árabe y musulmana, o como una vía de transmisión de la corrupta moral de Occidente. La trasposición de los escritos a las calles repletas de una juventud con ganas de libertad y democracia en plena ebullición, y sin el control de regímenes autoritarios, son una combinación verdaderamente explosiva. El analfabetismo, las diferencias entre ricos y pobres, los regímenes corruptos y la ausencia de democracia y derechos humanos son otros ingredientes para este caldo de cultivo.

Quizás la civilización occidental esté en decadencia –y este proceso puede durar siglos-, pero una civilización que pueda oponerse, a modo de choque, no puede salir de una sociedad atrasada y desordenada. Tampoco se puede achacar a Occidente la raíz de todos los problemas. Las corrientes migratorias que conllevan nuevos hábitos y costumbres y la interconexión de culturas –que también es enriquecedora- son las causantes de su propio malestar. Las civilizaciones conviven, y de esa convivencia surge una nueva, con elementos integradores en el centro y con bolsas de desintegración en los extremos. Por eso, un verdadero diálogo permanente entre intelectuales de ambos mundos buscando valores de encuentro y estabilización, y una cooperación y desarrollo económicos –que se pueden tachar de utópicos- deberían aliviar las tensiones de ese choque de civilizaciones.

Pero, ¿cuál podría ser la aplicación práctica a nuestra ciudad de este fenómeno global? Al menos una de ellas consistiría en la transformación del concepto teórico y práctico de la Frontera. Estas seguirán existiendo en el futuro, y no es malo, pero deberán ser zonas de transición cultural, de mezcla, de un color gris que está entre el blanco y el negro. Hoy, ya tenemos una valla física, pero la frontera social tampoco está ahí, está a ambos lados y en forma dinámica, está en esa interrelación constante y diaria de la población. La política internacional sigue su curso –es la superestructura-, pero la infraestructura está en la calle y esa es la que hay que ir cambiando. La diferencia de nivel de vida conlleva un auténtico efecto llamada de otras áreas aun menos desarrolladas del continente africano y que obligan a Ceuta a convertirse en una fortaleza ante la emigración legal o ilegal y el contrabando. A esa nivelación de los dos mundos es a la que hay que tender. Los proyectos de desarrollo a partir de las fronteras actuales y su transformación en “fronteras productivas” basado en la experiencia de Ceuta, y salido de la universidad de Syracuse, en Nueva York, va un poco por esta línea.

Esto puede parecer idílico, o lejano, pero la transformación cultural y económica de la frontera debe ser un objetivo prioritario y conjunto de toda la sociedad ceutí, en ideología, y de los organismos nacionales y europeos, en financiación. Por su envergadura internacional no se puede acometer sólo con buenas palabras o ideas que después caen en el olvido. Los proyectos de cooperación transfronterizas y los planes compartidos de organizaciones no gubernamentales con el otro lado de la frontera, para ir eliminando zonas de exclusión y de pobreza, persiguen los mismos objetivos. Este es claro para nosotros, y transmitirlo ante las instancias adecuadas se está haciendo; que nos quieran ayudar es otra cosa, pero lo que hay que insistir es que el problema real y de hoy día no es solo de Ceuta.
 

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