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OPINIÓN - JUEVES, 31 DE MARZO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Libertad vigilada
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Pertenezco a la cofradía de quienes escriben diariamente una columna. De manera que me acuesto pensando en lo ya escrito y me levanto dándole vueltas a todo lo ocurrido con el fin de elegir un tema del cual escribir nuevamente.

Es decir, que me paso la vida deseando que alguien diga algo interesante, o todo lo contrario, para opinar sobre ello. Eso sí, midiendo mucho las palabras no vaya a ser que moleste a cualquier individuo de la ciudad que cuente con suficiente respaldo como para que trate de perseguirme como dicen que perseguía en el siglo XIX el fiscal de imprenta de Madrid: un tal Mendo.

En ocasiones, y debido a que uno no se acaba de acostumbrar a sufrir reveses por nimiedades provincianas, suelo rebelarme el tiempo justo para terminar reconociendo que tampoco es conveniente exigirles nada a otras personas.

Superado ese mal momento, me prometo varias cosas. Una y muy principal es hacer todo lo posible por escribir cada vez peor para ver si de esa forma suelo pasar mejor los controles correspondientes. Porque vengo observando que suele ser más rentable y socorrido escribir en periódicos con la prosa desquiciada por las hormonas del desorden.

Así, o sea, haciendo escritos tan confusos como tortuosos, seguramente podré colar de vez en cuando que lo que está haciendo Fulano me gusta más o menos o bien que no me gusta en absoluto. Aunque el dichoso Fulano sea especie protegida por vaya usted a saber qué extraña regla de tres. Porque estoy convencido de que nadie va a entretenerse entonces en leer lo que es, sin duda, ininteligible. Y lo que no se entiende no puede ser objeto de cortapisa alguna.

Por ejemplo: ahora mismo estoy deseando escribir mucho y bien de José Antonio Carracao. De quien no dije ni pío durante el tiempo de antesala de la campaña electoral. Pero prefiero abstenerme antes de tener que hacerlo con una prosa de trastornos varios. Que es la única manera posible de asegurarme la tranquilidad.

Días atrás, un político que antes parecía andar siempre pidiendo permiso para hablar, quizá para hacernos creer en su fingida humildad, me pidió insistentemente que yo escribiera a favor de su partido. Y pegué un respingo enorme. Y ante semejante reacción, el hombre se vio obligado a decirme que no me agitara. Aunque yo aproveché mi fingida subida de tono para mostrar toda mi desfachatez.

Todo el descaro que me permite a mi edad poner los pies encima de cualquier mesa si el de enfrente me pierde el respeto. Ya que entonces suelo aplicar la máxima que le atribuyen a un militar de alta graduación: A los que me quieren, los quiero; a quienes no me quieren, que me respeten; y a los que no me respetan… tengamos la fiesta en paz.

En fin, si escribir en una ciudad pequeña, de asuntos que únicamente le conciernan a ella para despertar mayor interés, es tarea difícil, más difícil es hacerlo sabiendo que uno está siempre en el mejor de los casos en libertad vigilada.

La cual me obliga a transitar por dos únicas sendas; una, escribiendo tan mal como para que el camino se me allane; o bien poniendo todo el empeño del mundo para gustarles a todos. Y no es eso. No es eso.
 

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