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OPINIÓN - VIERNES, 1 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hablando de entrenadores
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Haber sido jugador de fútbol no tiene por qué otorgar sapiencia como para sentarse en un banquillo. Ha habido innumerables futbolistas que han sabido jugar muy bien pero que nunca conocieron los secretos del juego que más pasiones despierta. Y quienes quisieron ser entrenadores, pese a estar huérfanos de conocimientos y carentes de aptitudes, pronto se percataron de que estaban condenados al fracaso.

Ahora bien, haber sido futbolista profesional y tener además conocimientos del juego, ayuda una enormidad a la hora de ejercer como técnico. Y mucho más, como no podía ser de otra manera, si como jugador se ha ganado fama y dinero. Y, naturalmente, sería injusto olvidar que también ha habido -y los hay- entrenadores exitosos, que nunca fueron futbolistas.

Cuando a mí se me pregunta acerca de los conocimientos de un entrenador, suelo decir que para emitir mi parecer no habría nada mejor que poder estar muy cerca de él con el fin de oírle decir por qué toma -o no- ciertas decisiones durante el transcurso del partido. El buen entrenador, para mí, es quien procura por todos los medios resolver los problemas que van aflorando en el césped. Unas veces enmendando fallos propios; otras, haciéndole frente a los aciertos de los contrarios; y siempre presto a la ayuda necesitada por sus jugadores en cualesquiera momentos.

Los entrenadores deben ser muy decididos. Muy rápidos de mente para accionar cuanto antes. Y muy prácticos. La personalidad de los entrenadores se agranda ante sus jugadores a medida que éstos van creyendo en él. Y esa creencia va surgiendo gracias a los aciertos que generan sus intervenciones.

Cuando no sopla el viento, verdad es que incluso la veleta tiene carácter. Ese carácter tan necesario en los tiempos difíciles; pues el carácter no deja de ser una virtud. En el fútbol, además de personalidad, el entrenador ha de saber los motivos habidos para que se produjera la victoria; del mismo modo que ha de ser consciente de los hechos que influyeron en la derrota. De lo contrario, ganar o perder significarán para él nada más que situaciones debidas al azar. Y no es así. Bajo ningún concepto.

Sobre todo cuando las derrotas se producen, más veces de las debidas, por falta de concentración. Porque los jugadores salen al campo sin el necesario entusiasmo: el que tanto ayuda a hacer mucho mejor las cosas que se dominan y a ocultar las carencias asumidas.

Hablando de entrenadores, el martes pasado comencé a ver el partido Lituania-España. Y cuando comprobé que estaba José Antonio Camacho haciendo de glosador, teniendo como narrador a JJ Santos, cambié de canal para ver el partido de baloncesto de la Euroliga, entre Power Electronics de Valencia y Real Madrid.

Me explico: con todos mis respetos para Camacho, como madridista fetén que soy, sigo sin entender que un profesional que acaba de ser destituido, como quien dice, cual entrenador de Osasuna, esté ya dando lecciones de fútbol en Telecinco. Creo que Camacho debería estar guardando el luto consiguiente, en forma de silencio, por la culpa que él haya podido tener en la mala marcha del equipo navarro. A los entrenadores destituidos, créanme, no les vendría mal reflexionar lejos de los focos, un tiempo prudencial. O sea, les sentaría de maravilla taparse: que dicen los taurinos.
 

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