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                     Si la primavera despierta la 
					yebala, con los trinos de los pájaros aleteando por las 
					verdes laderas, también en las ciudades parece que los 
					ánimos se encienden al paso de los días. Hoy parece lícito 
					interrogarse sobre si el joven soberano Mohamed VI goza 
					efectivamente de ese tiempo que con habilidad e inteligencia 
					reclamó el pasado 9 de marzo. Porque en el vecino país los 
					acontecimientos parecen ir cogiendo “carrerilla” y el 
					Manifiesto del 31 de marzo no fue más que el detonante de un 
					estado de ánimo que va extendiéndose por todas las capas de 
					la sociedad marroquí. El pueblo en su conjunto no está 
					pidiendo un cambio de régimen, pero sí como apunta el 
					coordinador del “Manifiesto sobre el cambio que deseamos”, 
					el abogado Jalid Soufiani, un nuevo modelo de Estado, un 
					pacto renovado en el que “el rey reine pero no gobierne”, 
					siguiendo para entendernos la estela del modelo “a la 
					española”.  
					 
					Entre los firmante del Manifiesto, que con el paso de los 
					días no deja de sumar adhesiones, se encuentran 
					representativas figuras del mundo de la política y la 
					economía, las artes y la abogacía, encabezando el mismo el 
					ex secretario general del Partido de la Justicia y el 
					Desarrollo (PJD), Saad El Othmani, cuya formación política 
					sacudida también por crisis y disensiones internas celebró 
					este fin de semana en Rabat una reunión de su Consejo 
					Nacional. 
					 
					Mientras, la calle como la primavera no deja de entrar en 
					ebullición: para cuando ustedes amables lectores lean estas 
					líneas, los tetuaníes estarán a buen seguro (esa es la 
					previsión de este sábado por la tarde) manifestándose en la 
					céntrica y popular plaza Primo, actualmente Mulay El Mehdi, 
					con sus reivindicaciones, así como en las principales 
					ciudades y villas de Marruecos, mientras se anuncian 
					similares acciones “de refuerzo” todos los viernes, peculiar 
					día en el que los musulmanes (varones) suelen acudir en masa 
					a seguir la tradicional “jotba” (sermón) en todas las 
					mezquitas repartidas por campos y ciudades, desde el más 
					humilde barrio hasta el más apartado aduar. Esta pasada 
					semana también marcó un hito la concentración del martes, en 
					Rabat y Casablanca, de los trabajadores de la radio y 
					televisión pública que exigían (días antes lo hicieron los 
					fiscalizados periodistas de la MAP, la agencia oficial de 
					noticias) menos censura y una línea editorial que reflejara 
					la “modernidad, democracia, pluralidad y diversidad” del 
					país. El régimen está maniobrando con prudencia y habilidad, 
					pero hace falta más rapidez de reflejos y estos pasan, no 
					hay otra salida, por la dimisión inmediata del Primer 
					ministro Abbas El Fassi y la formación de un gobierno de 
					concentración nacional, que encauce la situación hasta la 
					reforma de la Constitución y la celebración de elecciones 
					anticipadas. Por un lado, el joven soberano Mohamed VI va a 
					tener que elegir entre reformas insuficientes que no 
					aguantarán el rápido paso de los acontecimientos o una 
					alternativa valiente que, manteniendo como es obvio su 
					figura de “Amir al Moumenin” (lo contrario sería un 
					suicidio), le afiance como cabeza simbólica del Estado pero 
					apartado de un gobierno ejecutivo e independiente. Es la 
					hora de la verdad: la de una monarquía parlamentaria querida 
					y respetada por el pueblo. No hay más. Ciertamente no será 
					fácil y es que Marruecos, como un caballo brioso, no es 
					fácil de montar: si se aflojan mucho las riendas, echará una 
					galopada difícil de parar; por el contrario, si se retienen 
					demasiado y se tasca el freno, el caballo se encabritará 
					arrojando a su jinete, más temprano que tarde, al suelo. 
					Mohamed VI tiene la última y soberana palabra. Desde Ceuta, 
					siempre Ciudad Querida, este entrañable rincón de tierra 
					española en el norte de África, ¡suerte y coraje, Majestad!. 
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