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                     El Mare Nostrum (nuestro mar), la 
					mar en el medio de las tierras, o lo que es lo mismo, el 
					Mediterráneo, que antaño fue signo de subsistencia, historia 
					de encuentros y caminos, hoy también es noticia pero por 
					otros motivos. Aparte de que sus aguas son las que tienen 
					las tasas más elevadas de hidrocarburos y contaminación del 
					mundo, lo que desvirtúa su azulado tono; se ha convertido, 
					asimismo, en un cementerio de náufragos que nos deja sin 
					aliento. Un día sí, y otro también, y el que le sigue 
					igualmente, embarcaciones con centenares de emigrantes 
					provenientes de África, que huyen de sus países a la 
					desesperada, no logran alcanzar tierra y llegar a la soñada 
					Europa. Los suspiros y las lágrimas de esta gente se los 
					traga el mar. Ahí quedan para siempre su sueño y su lucha, 
					mientras el mundo hace bien poco por ellos, si acaso levanta 
					muros (¿vuelve la Europa de los muros?), en lugar de 
					levantar su voz, que es la voz de la justicia, y ayudar a 
					que se haga justicia.  
					 
					No olvidemos que lo que realmente origina este movimiento, 
					de confiarse y lanzarse al mar Mediterráneo en busca de 
					mejor vida, tiene su raíz en la injusta distribución de las 
					riquezas, del desarrollo y del bienestar. Ello exige, y 
					ciertamente nos requiere a cada uno de nosotros, una mayor 
					cooperación entre las culturas, entre los diversos países y 
					la ciudadanía, así como una alta generosidad por parte de 
					todos, especialmente de los países ricos y desarrollados. 
					Hay que ir más allá de la construcción de un mundo 
					interconectado, éste mundo si quiere estar interconectado no 
					puede ser excluyente, si liberaliza el movimiento del 
					capital, del comercio, de los servicios y de las 
					comunicaciones, la movilidad de las personas tiene también 
					que liberalizarse. Por otra parte, como dijo Nelson Mandela 
					en la reunión Cumbre de Copenhague, “La pobreza es la cara 
					moderna de la esclavitud”, y en ese sentido es un deber de 
					la sociedad moderna su abolición y erradicación. 
					 
					Mejor hoy que mañana, el mundo entero debe erradicar el 
					negocio de las mafias del tráfico de migrantes. Ha de 
					hacerlo con dureza. La aventura del mar embauca a multitud 
					de personas, que se suben a embarcaciones de todo tipo, 
					jugándose la última carta de supervivencia. Es tremendo, 
					porque para esta andanza, son sometidos a pagos como los 
					antiguos esclavistas. Un porcentaje altísimo muere en la 
					mar, mientras se siguen enriqueciendo de la miseria los 
					mafiosos y el mundo del bienestar mira pasivo. Algunos 
					logran alcanzar su anhelo, pero luego son explotados por los 
					que requieren su mano de obra. No perdamos más tiempo, el 
					Mediterráneo tiene que dejar de ser el mayor cementerio del 
					mundo. Para ello, la Comunidad Internacional tiene que ver 
					con ojos de derechos humanos este enorme atropello y, desde 
					luego, no debe dejar morir a los emigrantes que emprenden 
					una difícil travesía, por el Mare Nostrum, en busca de un 
					futuro mejor. Es de universal justicia impedirlo. 
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