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                     Los tiempos han cambiado, cosa 
					lógica que el mundo vaya avanzando a pesar de que algunos 
					entre ellos el lumbrera, la mayor inteligencia política 
					nacida en esta tierra y jamás igualada por ninguna otra del 
					mundo mundial, sigan pensando y actuando como si siguiésemos 
					viviendo en los años setenta, manteniendo el mismo discurso 
					de aquella década en los que, para desgracias de muchas 
					criaturas todavía existían personas que llevaban la gorra 
					calada hasta las cejas. 
					 
					Era aquellos años en que muchos mandas de la política, se 
					presentaban en los pueblos para echar sus discursos y 
					prometer todo lo que se podía prometer y mas aún, con sus 
					chaquetas de pana de la marca Armani haciéndoles creer, a 
					aquella pobre gente, que eran iguales que ellos pues hasta 
					llevaban las mismas chaquetas de pana. 
					 
					Hoy ninguno de esos mandas se presentarían, en esos pueblos, 
					portando una chaqueta de Armani porque saben, con toda 
					certeza, que serían corridos a gorrazos. Los pueblos, hoy 
					día, están mucho más espabilados que aquellos de los años 
					setenta, y es muy difícil quedarse con ellos, contándoles 
					mentiras que nadie se cree. 
					 
					Y es que aunque les cueste creerlos, a todos aquellos que 
					están anclados en la época de la década de los setentas 
					manteniendo el mismos discurso de entonces, han sido muchos 
					los hijos de esos pueblos que han vuelto de la ciudad a sus 
					casas, buscando una vida mejor y con un mayor conocimiento 
					de las circunstancias que le han hecho ver a sus padres. 
					 
					Así que si algunos de los mandas se les presenta en el 
					pueblo con la chaqueta de pana marca Armani, lanzándoles el 
					manido discurso de la década de los setentas, prometiéndoles 
					cosas que no pueden hacer como, por ejemplo, que no pagaran 
					impuestos, que le van a dar casas a un bajo precio de 
					alquiler o que sus hijos van a ir a la universidad 
					totalmente gratis, no sólo no los van a escuchar, les van a 
					correr a gorrazos y, después en los bares, van a servir de 
					cachondeo para todo el pueblo. 
					 
					La cosa, hoy día, es así. Los pueblos han espabilado lo suyo 
					y más, con la llegada de todos aquellos que han vuelto de la 
					ciudad con la lección bien aprendida sobre los discursos y 
					las promesas de los políticos.  
					 
					Esas promesas que saben, todos ellos, que a pesar de 
					prometerlas no se pueden cumplir, porque es imposible poder 
					cumplirlas. La época de aquella pobre gente que se creía 
					todo lo que le contaba, los listos de turno, ha pasado a 
					mejor vida. Y hoy para que te den su voto, te lo tienes que 
					currar, con discurso del momento en el que vivimos sin 
					mentiras, y convenciéndoles para que no te tomen a 
					cachondeo. 
					 
					Aquí, en esta tierra nuestra, donde el más tonto hace 
					relojes y televisores de pantalla plana, no se nos puede 
					decir mentiras y prometer cosas que no se pueden realizar, 
					todo ello con discursos de la década de los setentas. Unos 
					discursos manidos, retrógrados y antidiluvianos en los que 
					ya nadie cree. Y no sólo no creen en esos discursos, sino en 
					quienes los pronuncian. A ver si van a tomar a algunos de 
					estos, como se lo toman en los pueblos a… 
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