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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 13 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

El periódico añejo acabará
siendo una casa de locos

 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Carmen Echarri llegó al periódico como becaria. A la par que lo hicieron otras y otros de la misma promoción. Pronto nos dimos cuenta en la redacción de que ella era la menos preparada en todos los sentidos. Los demás, que eran cuatro o cinco periodistas, la aventajaban en todo.

Un día, el editor me llamó a su despacho para decirme que tenía decidido prescindir de ella, porque los informes que había recibido del director eran malos de solemnidad. Y a mí, que siempre me ha gustado ponerme de parte de los más débiles, me dio por recomendarle que le diera nuevas oportunidades a una pamplonica que había llegado a Ceuta para abrirse camino en la profesión.

Lo primero que hizo Carmen Echarri, nada más enterarse de que no gozaba de la confianza del director ni del editor, fue hacerse la víctima. Y principió a decir que no era bien tratada por los compañeros que compartían domicilio con ella. Que se sentía vejada a cada paso.

No conforme con esas denuncias, debido a que no conseguían cambiar la opinión que de ella se había formado el editor del periódico añejo, Carmen decidió que había que echarle más drama al asunto. Y rara era la semana en la cual no le daban varios soponcios seguidos. Desmayos que la llevaban al suelo y allá que acudían prestos a auxiliarla todos los componentes de la redacción. Todos, menos yo. Que me había percatado de que aquella becaria, nacida en Pamplona, trataba de tomarnos el pelo simulando indisposiciones repentinas para convertirse en el centro de la atención de los jefes. Y éstos, como no podía ser de otra manera, cayeron en la trampa. Con lo cual seguimos asistiendo a muchos patatús de la becaria navarrica.

Los síncopes de Carmen Echarri duraron hasta que el editor del periódico añejo, condolido por los achaques de la muchacha, le aseguró que tenía un puesto asegurado en el medio. A partir de ese momento, jamás volvió a desfallecer y su salud se hizo de hierro. Tan de hierro como para quedarse noches enteras durmiendo en el habitáculo del director, a fin de que al día siguiente la viera el hombre de confianza del editor y corriera a contarle a éste los desvelos de la criatura por la empresa.

Lo demás vino rodado. De la noche a la mañana, y ante la dejadez de quienes hacían de directores, que estaban deseando cambiar de empleo, Carmen se convirtió en algo parecido a la señorita Rottenmayer. Lo fisgoneaba todo y luego, con celeridad pasmosa, corría a informarle al editor de todo cuanto ocurría en la empresa.

A medida que pasaba el tiempo, y ya como directora, se volvía más desconfiada. Y salió a relucir su forma de ser: fuerte ante los débiles y acojonada ante quienes sabían ponerla en su sitio. Había que verla llorar el día en que el editor le comunicó que había contratado, otra vez, a Luis Manuel Aznar. Y de qué manera trató de ganarme para que yo le prestara ayuda.

Ahora me cuentan que su inestabilidad ha hecho posible que en el periódico varios empleados, tras sentirse acosados, han tenido que darse de baja y someterse a tratamiento psicológico y recibir atenciones relacionadas con la enfermedad que padecen. Así, el periódico añejo acabará siendo un lugar insalubre. Si no lo es ya. Y se convertirá en una casa de locos. De modo que bien haríamos en prepararnos para esa posibilidad.
 

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