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OPINIÓN - MARTES, 19 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

La humildad de Guardiola
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Que sean portuguesas las dos columnas con las que el Real Madrid trata de hacer frente al poderío del FC Barcelona han conseguido desatar los nervios de quienes siempre han mirado a los portugueses por encima del hombro. No hace falta más que repasar la Historia para darnos cuenta de cómo el español, de cualquier clase social, se ha sentido siempre superior a cualquier portugués.

Semejante desprecio hacia un país tan próximo y que ha compartido con nosotros tantas situaciones políticas, sociales, culturales y económicas, parece que no tiene el menor sentido. Pero la realidad es contundente: existe un odio atávico hacia los portugueses. Un sentimiento malsano que atraviesa fases de adormecimiento pero que, en cuanto surge la ocasión propicia, brota con una contundencia que causa malestar y miedo a partes iguales.

La llegada de Cristiano Ronaldo al Madrid, la temporada pasada, hizo posible que ese sentimiento profundo de repulsión contra lo portugués se manifestara en toda su plenitud. Con una fuerza inusitada. Cualquier gesto de CR, cualquier desplante, era tachado, y sigue siendo así, de arrogancia, con una celeridad pasmosa. Y a partir de ahí en todos los campos se ha puesto de moda ese gritar a coro lo de ¡Cristiano muérete! Una maldición que se ha hecho más insistente a medida que los aficionados han ido comprobando que a Cristiano, amén de no amedrentarse con los gritos que le desean una desgracia, semejante actitud le ha servido para crecerse y ser más Cristiano todavía.

Cristiano, además de ser portugués, ha de soportar otra cruz: es la de ser triunfador, alto y guapo y no ir por la vida dando lecciones de humildad. Y en esta España nuestra es harto sabido que se admite solamente que alguien sea bueno en algo siempre y cuando sea feo y hable como hablaba aquel santo que trataba como hermanos a los animales.

Pues bien, si con la presencia de Cristiano en España, y sobre todo en el Madrid, el mal ambiente contra los portugueses había alcanzado lo que nos parecía el punto culminante de una actitud grotesca, qué decir de lo ocurrido con la llegada de José Mourinho a España, convertido ya en un entrenador legendario y que poco tiene que ver con aquel ayudante que estuvo en el Barcelona haciendo también de intérprete del inglés Bobby Robson.

Con Mourinho, dirigiendo al Madrid, se han desatado ya todas las pasiones habidas y por haber en su contra. La causa principal es que tampoco cumple el requisito que ha de cumplir cualquier persona inteligente: la de ser feo. Y, naturalmente, cómo se atreve el portugués a darnos lecciones de nada en una España donde lo que mola, por encima de todo, es la forma de ser de Guardiola. El cual debió hacer muy buenas migas con Butragueño, como Dios manda, cuando ambos eran compañeros de selección.

Guardiola es el clásico nacionalista catalán que se expresa como un cura -no soy anticlerical- y que bisbisea cosas muy agradables para unos periodistas que se sienten inseguros ante Mourinho. El sábado pasado, después del partido y durante la conferencia de prensa en el Bernabéu, Guardiola se entretuvo en abrir con la boca una botella de agua mineral. Un detalle de buena costumbre (!) catalana. Costumbre que me produjo vergüenza ajena. En cambio, tanto a Guardiola como a Messi se le permite todo. Son tan humildes…
 

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