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                     Es como podríamos interpretar el 
					recibimiento del Papa, Benedicto XVI, ante la nueva 
					embajadora de España en la Santa Sede. 
					 
					Y es que María Jesús Figa López-Palop se encuentra con que 
					el Papa, y con toda la razón, se queja de la “hostilidad 
					hacia la fe” en España. 
					 
					A lo lejos, el Papa puede verlo con una perspectiva mucho 
					más amplia, pero no debe ser él el que más se queje de esta 
					situación, por cuanto sus visitas a nuestro país estuvieron 
					llenas de fervor popular hacia la persona del Papa. 
					 
					“Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, es un refrán que 
					he oído cientos de veces, aplicado para casi todo, y que, 
					traducido a nuestro tema de hoy, significaría que todo ese 
					movimiento arropando a la figura del Sumo Pontífice, durante 
					su estancia aquí, no debiera implicar la existencia de 
					animadversión a lo eclesial, que no tiene que coincidir, 
					necesariamente, con la fe. 
					 
					Pero hay, es cierto, razones claras para que el Papa se 
					queje, al tratar muchos asuntos de la fe como si se tratara 
					de simples chistes o chismorreos, sin entrar en las 
					dimensiones que merecerían. 
					 
					El Papa que, como jefe del Estado Vaticano, recibió a la 
					señora López-Palop, en la presentación de sus cartas 
					credenciales, enfocaba esta situación hacia la “procesión 
					laica que un grupo de ateos pretendía celebrar en Madrid el 
					día de Jueves Santo”. 
					 
					Cualquiera, en España, puede manifestar, en forma de 
					reivindicación, sus propios ideales, pero de ahí a burlarse 
					de aquello que conlleva una procesión, en nuestra cultura, 
					va un abismo. 
					 
					Y lo más lamentable es el “pelaje” de algunos de los 
					aspirantes a participantes, ciertas asociaciones que podría 
					darse el caso de que se mantengan en pie con las donaciones 
					o subvenciones procedentes de lo que aportamos, a través de 
					nuestros impuestos. 
					 
					La participación, según confirmación de varias asociaciones, 
					sería de la “Hermandad de la santa pedófila” o también de la 
					“Cofradía de la virgen del mismísimo coño”. 
					 
					Aquí no puedo hablar de tener respeto para todas las formas 
					de pensar. Aquí, con tan sólo ver las nomenclaturas, 
					tendremos que hablar de repulsa de estas dos asociaciones y 
					de todas las que sean de similar cuño. 
					 
					En Madrid, creo, a nivel de Alcaldía y a nivel de la propia 
					Comunidad Autónoma, hay sentido de la responsabilidad y 
					tolerar una procesión con este tipo de personajes sería caer 
					en el más grande de los descréditos. 
					 
					Afortunadamente, en las Delegaciones de Gobierno y en Madrid 
					también hay una, suele haber sentido común y el jueves, por 
					tanto, no habrá tal procesión laica que nada positivo podía 
					acarrear. 
					 
					Con esto, latiendo en el ambiente, no es extraño que 
					Benedicto XVI rechine los dientes al oír hablar de 
					situaciones como las que iban a provocar estos majaderos. 
					 
					Situaciones de este tipo no pueden ser del agrado del Sumo 
					Pontífice y, a pesar de que su cabeza, siempre, estuvo 
					perfectamente amueblada, a sus 84 años no es la edad más 
					apropiada para acertar a comprender tales disparates. 
					 
					El Vaticano no debe ser el lugar más complicado para un 
					señor embajador, o una señora embajadora, pero a la hora de 
					hablar de la fe ese sería el principal “frontisterio” , para 
					jóvenes y para otros de mucha más edad. La realidad de la fe 
					en España debe acercarse más al recibimiento que el propio 
					Papa tuvo en sus visitas a nuestro país. 
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