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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
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Dice el refrán: “que aguas pasadas no mueven molino”. Pero, indiscutiblemente, esas aguas antes de haber pasado han servido para mover ese molino. Si alguien no explica lo que habían realizado esas aguas pasadas, jamás se hubiese sabido la labor que realizaron. Y, por tanto, nunca se hubiese escrito su historia ni se hubiese sabido el trabajo realizado por las mismas.

Recordar, en ocasiones, lo que se ha vivido y que otros por no nacer en esa época desconocen, es borrar un trozo importante de la historia. Una historia contada por los que vivieron esa época, únicos conocedores de la misma y no por aquellos que la cuenta según el sol que mas calienta.

Llegada la Semana Santa hemos creído conveniente, volver tiempos atrás para contar la historia de ella, la verdadera, de cómo se vivieron esas fechas en época de nuestra niñez que, por supuesto, la juventud desconoce y, cómo no, le traerá recuerdos imborrables a aquellos que la vivieron con nosotros.

Hablemos de lo que en aquella época, se acostumbraba a comer en la mayoría de las casas, sobre todo las casas de los “capitalistas” que es la que he conocido.

La otra, la de los señoritos, no tengo mucha idea de que era lo qué se comía. Aunque debido al qué dirán me imagino que no habría mucha diferencia, aunque esa diferencia seguramente estaría en la cantidad y en la calidad de los artículos.

En Semana Santa, los platos más típicos que se servían eran, sin duda alguna, los compuestos con bacalao. Garbanzos con bacalao, tortilla de bacalao, arroz con leche y torrijas. Las torrijas estaban hechas con pan del día, pues era necesario que el pan estuviese algo duro. Una vez cortado el pan a rebanadas se rebozaba con leche y huevo y se ponía a freír. Terminada esa operación, las rebanadas se colocaban sobre una bandeja y se procedía a coger dos vasos de agua y medio de azúcar, con los que se hacían la almíbar que se echaba sobre ellas. Esta almíbar no era más que el sustitutivo de la miel que los “capitalistas” no podíamos comprar. Ya lo decía la sabia de mí abuela: “a falta de pan, buenas son tortas”

Hoy día, por supuesto, sólo mantienen esas tradiciones en pocas casas, pues en estos tiempos modernos trae más cuenta comprar las torrijas en alguna confitería que hacerlas, con el trabajo que ello conlleva y que, al fin de cuentas, hacerlas sale más caro que comprarlas hechas. Aunque, a decir verdad, nosotros seguimos realizando las torrijas caseras, así como el arroz con leche, que con las recetas de las ”viejas”, anteriores a esta época de mi niñez, están para chuparse los dedos.

Jamás habrá mejores cocineras en el mundo, por muchos adelantos que se tengan, que aquellas mujeres que sin nada daban de comer, todos los días, a su familia. Un potaje, un cocido o un estofado, preparado por alguna de aquellas mujeres sería, hoy día, un manjar exquisito servido en los más grandes restaurantes del mundo.

Los Jueves y los Viernes Santos se nos decía que no se podía comer carne, cosa que a los “capitalistas” nos la traía al fresco de poniente pues, para nosotros, era artículo prohibitivo. Los ricos la podían comer si pagaban una cuota a la iglesia.

Bueno, ya lo saben, bacalao con garbanzos y acelgas, arróz con leche y torrijas. Menú de dioses.
 

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