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OPINIÓN - VIERNES, 22 DE ABRIL DE 2011

 
OPINIÓN / ANÁLISIS

El misterio del parque Sin Nombre


Nuria de Madariaga
opinion@elpueblodeceuta.com

 

Nos referimos a él como “Parque de Santa Catalina” y supongo que el pueblo de Ceuta le bautizará cuando le vea la cara y con el nombre más adecuado, siempre según la energía que desprenda.Tema de tertulias, hacedor de titulares, el proyecto paisajístico del arquitecto Chaves, plataforma por aquí y plataforma por allá y mucho sendero. Pero ¿y las fuentes? ¿como va a ir diseñado el tema del agua?.

No hay que olvidar en el momento de la definitiva ejecución de las obras que eso de las “especies autóctonas” suena muy ecológico y muy perita, tipo “repoblación forestal” pero aquí no se va a llenar de vegetación un monte, con sus consiguientes cortafuegos, sino que la temática va encaminada a encandilar a espíritus sureños que llevamos en la memoria genética unos jardines: los del Generalife.

Y ya conocen ustedes esa joya del paisajismo andaluz y la música mundialmente conocida y admirada del agua de sus fuentes y de sus surtidores ¡hasta grabaciones han hecho de los cantos del agua! sí, cuando salpica, murmura y se desliza al son de las jarchas. Fuentes y pájaros que anidan cada noche en los árboles centenarios y los más admirados son tal vez los cipreses, por su mágico significado de ser el árbol de la paz y el que, plantado junto a una casa, significa que allí se da posada al peregrino. Cuentan los entendidos que el cielo adquiere su más hermosa tonalidad de azul cuando sirve de telón de fondo a uno de los cipreses del Generalife.

Pero estamos hablando del futuro parque, hoy sin nombre, examino el proyecto y eso tan moderno de las plataformas no se asemeja nada a la estética andaluza, a nuestros setos de arrayanes que cuando florecen en primavera se llenan de estrellas blancas, porque blanca es la flor del arrayán que cantaran los poetas arábigo-andalusíes como Al Yusuf y Ben Sara de Santarem. Arrayanes, naranjos de azahares reventones y limoneros del patio sevillano de Machado “mi infancia es el recuerdo de un patio de Sevilla”.

Demasiada responsabilidad la “creación” de un parque en el sur de España, porque excede mucho de “crear” y se desliza hacia el “recrear” de arquetipos andaluces. El agua saltarina salpicando en los surtidores de las fuentes alargadas, que se dirían acequias. Las fragantes rosaledas, las granadinas y los granados con sus flores de pétalos rojos, el picotazo de color de la buganvilla amarrada a cualquier muro que se precie, el jazmín, la dama de noche y la madreselva sin las que no se entiende la luna del sur. El romero y la albahaca jugando al escondite en los parterres y perfumando el blanco nacarado de las frágiles azucenas. Dice mi esposo, el viejo pintor que un jardín tan solo es bello si su contemplación sirve de inspiración a los artistas, porque eso significa que tiene “alma” y si la tiene late, hace música, ronronea y se despereza. Está vivo. Brota cada primavera en los árboles y arbustos de hoja caduca y sombrea los caminos y las alamedas cada otoño con el pardo cromatismo de la hojarasca que suena “chis, chas” al pisarla. De hecho me parecen infinitamente más bellas las alamedas o los paseos flanqueados por castaños silenciosos o por tranquilos cipreses que “plataformas circulares interrelacionadas por una red de sendas peatonales”. ¿No se sienten ustedes espiritualmente más atraídos por la estética de la subida al Generalife que por el paisajismo tipo Benalmádena-Costa?.

Será que algunos somos catetos del sur y tenemos la capacidad de embobarnos ante los setos y los arbustos tallados formando arcos vegetales de los jardines antiguos y con los macizos de alhelíes y con los nardos. Sentarnos en un banco de piedra no es lo mismo que plantar el culo en uno fashion y mirar ese tipo de diseños de planta tropical(palmera, palmito, cactus y pita) en plan hotel de Torremolinos no motiva tanto como oír cantar al viento cuando agita las cortinas verdes de los sauces llorones. Y los modernos dirán, como en la canción que “eso no se estila” pero no se trata de que no se estile “que te pongas para cenar, jazmines en el ojal” como diría María Dolores Pradera, sino el debate se circunscribe en si amamos o no amamos la estética de nuestro Generalife, así como es, arrimadico a la Alhambra, cantarín y perfumado, irremediablemente bello e indiscutiblemente romántico. Eso sí, allí a nadie se le pasaría por la cabeza hacer una barbacoa y como mucha actividad un concierto de Albéniz, un recital de Federico “entre Viznar y Alfacar mataron a un ruiseñor porque quería cantar”, la copla de Carlos Cano “Alacena de las monjas, que te dan gloria bendita, pastelillos y toronjas y dulces de leche frita” o el quejío de sombras de Enrique Morente cuando canta a la vera, verita de su hija Estrella.

La cuestión que plantamos en las tertulias es que Ceuta posee 66.500 metros cuadrados destinado a realizar una obra de arte y existirán quienes quieren algo practico, moderno y funcional y existimos quienes aspiramos a “algo distinto”, estéticamente mucho más avaricioso y ambicioso, espiritual y emocionalmente de infinita mayor plenitud. De hecho existimos quienes, sencillamente queremos tener el Generalife en Ceuta.

Porque despertaría en nosotros un inabarcable amor y una emoción profunda. Y porque lo merecemos, está en nuestra memoria genética y es nuestro. ¿Y por qué los ceutíes no podemos tener un Generalife?.
 

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