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OPINIÓN - SÁBADO, 30 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Guardiola, Villar y Platiní
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace nueve días, más o menos, José Mourinho les parecía un dios a aquellos a los que ahora les parece una fiera, un impresentable, un señor que no sabe perder y que está ensuciando el nombre del Madrid. La gente es veleidosa.

Hace nueve días, más o menos, en Valencia, Mourinho consiguió que el Madrid volviera a ganar la Copa del Rey, después de haber estado dieciocho años sin conseguirla. Y si no lo pasearon a hombros por la plaza de Cibeles, fue, sin duda alguna, porque el portugués sabía que podía quedarse emasculado, debido a los inevitables tocamientos y tirones en partes tan sensibles como importantes, y rehusó el ofrecimiento.

Hace nueve días, más o menos, los críticos deportivos elogiaron, incluso con desmesura, el sistema táctico empleado por el entrenador madridista; festejaron el orden, las misiones concretas, la intensidad con la que jugaron sus futbolistas, los marcajes severos a que fueron sometidas las figuras adversarias, y el enorme poderío físico de un equipo que supo acollonar al conjunto azulgrana.

Hace nueve días, más o menos, Florentino Pérez se fundió en un abrazo con su entrenador: un técnico que había sido capaz de ganar el primer título cuando apenas llevaba nueve meses en el club. Y que, además, se lo había disputado al Fútbol Club Barcelona; el más grande equipo que existe en el mundo, actualmente.

Pues bien, entonces, es decir, cuando se jugó ese partido en Mestalla, dos cosas me llamaron la atención: una, la metedura de pata de Pepe, con sus cortes de manga a los aficionados catalanes; otra, la iracundia que reflejaba la cara del presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar. Se le veía al vasco que estaba a disgusto y que, de haber podido, habría abandonado el palco deprisa y corriendo para no presenciar la alegría de los jugadores madridistas.

El improcedente gesto de Pepe, celebrando el gol de Cristiano Ronaldo, me hizo pensar en lo siguiente: más pronto que tarde Pepe acabará pagando con creces su manifestación grosera. Y, naturalmente, no había otra ocasión más a mano y mejor que un partido de Copa de Europa frente al rival de moda y por el cual se beben los vientos tanto Villar como Platiní, presidente de la UEFA y reconocido enemigo público del equipo blanco.

Platiní y Villar tal vez pertenecen a esa clase de hombres a los que Ignacio Ruiz Quintano, columnista del ABC, llama indecisos. Y que suelen estar caídos de boca por Pep Guardiola en la misma medida que sienten aversión hacia José Mourinho. Así, quizá forman parte ambos de ese grupo distinguido, y amanerado, que ve en Guardiola el tipo perfecto como para cambiarse de acera si las circunstancias… Y es que el entrenador del Barça, amén de ser brillante como técnico, es dulce, apacible, discreto, prudente, y cada vez que abre la boca es para hacerle un monumento a la falsa modestia. A un hombre así, catalán fetén y tan tierno, con la delicadeza de un galán, el tacto de un diplomático y el calor afectuoso y real de un panadero (gracias, Alvite), quién es capaz de negarle el cambio de árbitro y la expulsión de Pepe: un tipo renegrido, tan feo o más que Picio, y cuyo entrenador es lo más parecido a Maquiavelo.
 

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