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                     No es una de mis especialidades 
					escribir de deportes porque, para ello, hay unos compañeros 
					que es el trabajo que deben realizar cada día en el 
					periódico, con mucho más conocimientos que los míos, porque 
					viven diariamente todo cuanto acontece en el asunto del 
					deporte. 
					 
					Así que con su permiso y metiéndome donde no me llaman, en 
					cuanto a deporte se refiere, pero que me afecta como 
					aficionado al fútbol y, sobre todo, como ceutí voy a dedicar 
					el artículo de hoy, al deporte rey, y a la actuación de ese 
					señor que con una camiseta amarilla decían ser el juez de la 
					contienda entre ceutíes y melillenses. 
					 
					Un señor al que vamos a llamar arbitro, porque de alguna 
					forma hay que llamarle, que con su desastrosa actuación sacó 
					de quicio al más tranquilo de los aficionados ceutíes que 
					presenciaron el encuentro. 
					 
					Lógicamente, este señor con camiseta amarilla que decía ser 
					el juez de la contienda, se llevaría, por quien tiene la 
					obligación de calificar a los colegiados que nos llegan, la 
					máxima puntuación. ¡Faltaría más, con lo bien que cumplió 
					con su cometido!. 
					 
					Él fue con su desastrosa actuación quien decidió cual 
					debería ser el resultado del encuentro. Dos goles en claro 
					fuera de juego, dieron la victoria al Melilla que, por 
					cierto, sin esa ayuda arbitral no hubiese pasado del empate, 
					pues como equipo no es nada del otro mundo, simplemente uno 
					más de los muchos equipos de segunda B. 
					 
					Si fuese la primera vez que un colegiado, de esos que nos 
					mandan, se hubiese equivocado en su actuación, se podría 
					pensar que éste era un mal árbitro, pero es que llueve sobre 
					mojado. Toda la temporada hemos tenido que soportar las 
					desastrosas actuaciones de quienes han venido a impartir 
					justicia deportiva en el Murube.  
					 
					Y, naturalmente, uno piensa, cada uno es libre de pensar lo 
					que le venga en ganas, o que son muy malos y deberían dejar 
					el arbitraje o que vienen preparados a fastidiar al equipo 
					local, y llevarse como calificación el tres correspondiente, 
					por su perfecta labor al cumplir el objetivo. 
					 
					Soy enemigo total de las injusticias, no las puedo soportar 
					y el domingo en ese encuentro sentí vergüenza ajena, ante la 
					actuación de ese señor, al que llaman árbitro y que es el 
					encargado de impartir justicia sobre el terreno de juego. 
					 
					El segundo gol del Melilla, ni un chaval que está empezando 
					en el arbitraje lo eleva al marcador. Ese gol es algo así 
					como el penalty que le pitan al Coruña, con un defensor que 
					está de espaldas, le da le balón en el cuello y el colegiado 
					de turno señala el punto fatídico. De vergüenza. 
					 
					Lo que no entiendo es como estos señores pueden llegar a sus 
					casas y dormir tranquillos. Me imagino que sus conciencias 
					no le permitirán coger el sueño, pues no sólo han jugado con 
					el pan de muchos padres de familia, sino que le han tomado 
					el pelo a los aficionados y a todo un pueblo. 
					 
					Si esto es a nivel de segunda B, imagínense lo que se puede 
					coser a grandes alturas. Ahora, eso sí, éste personaje tiene 
					todas las papeleta para, como el árbitro del Ferrol, subir 
					la próxima temporada de categoría. De vergüenza. 
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