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                     Como cada domingo, me estaba 
					pensando en la alegría que se lleva mi cuerpo serrano con su 
					llegada. Pues los domingos, pensando que el maldito lunes no 
					tengo que escribir, acostumbro a darle satisfacción a mí 
					imaginación pensando que me va a tocar, la próxima semana, 
					la primitiva o dejando que acudan a mí mente cosas del 
					pasado que tan feliz me hicieron. 
					 
					Estaba en el asunto de darle suelta a mi imaginación, cuando 
					se me vino a la memoria el nombre de Roberto Carlos, no el 
					futbolista que fuese del R. Madrid, sino el cantante 
					brasileño autor de tantas canciones que te llegan al 
					corazón. 
					 
					Y dentro de esas magnificas canciones de este genial 
					intérprete y compositor, al que tuve el enorme honor de 
					presentarlo en un par de ocasiones, hay una que me llega al 
					alma cada vez que la canta, Lady Laura. De verdad que me 
					emociona y me transporta a esas edad donde no piensas en 
					nada más que en jugar. 
					 
					No me lo pienso dos veces, me coloco la canción en su lugar 
					correspondiente, cierro los ojos y empiezo a escucharla, 
					manteniendo con ella una conversación. Como si yo le pidiese 
					algo que ella me aportaría, y después opinar sobre lo que me 
					estaba diciendo. 
					 
					Abrázame fuerte lady Laura y cuéntame un cuento lady Laura. 
					Y mí lady Laura, abrazándome con fuerza, me ha respondido, 
					te voy a contar veintidós cuentos. Me he asombrado pues sólo 
					le he pedido uno y ella me quiere contar veintidós. 
					 
					Andrés, te cuento el primero de ellos. Érase una vez, en una 
					tierra especial de setenta mil habitantes, una de las 
					grandes lumbreras que existen no sólo en esa tierra sino en 
					el mundo mundial, que dirigiéndose al pueblo, les prometió 
					que si le daban sus votos para gobernar, no iban a tener que 
					pagar los impuestos por la recogida de basuras. 
					 
					Perdóname, Lady Laura, pero eso que me está contando, más 
					que un cuento es un mal chiste y en cuanto alguien me cuenta 
					un mal chiste, prefiero a Chiquito de la Calzada. Ahora, 
					bien, si tú quieres por el respeto y cariño que te tengo, lo 
					acepto como un cuento para no dormir. 
					 
					Vale, Andrés, te contaré otro cuento a ver si consigues 
					conciliar el sueño. Érase una vez, en esa misma tierra 
					especial de setenta mil habitantes, donde la más grande las 
					lumbreras políticas nacidas en ella, se dirigió a sus 
					habitantes prometiéndoles que si les daban sus votos para 
					gobernar, les iba a hacer cien viviendas anuales al precio 
					de 150 euros el alquiler. 
					 
					De nuevo, Lady Laura, te ruego que me perdones pero me 
					dijiste que me ibas a contar un cuento, no otro chiste malo. 
					Porque este chiste, como el anterior, no es para reírse, 
					sino más bien para llorar de la poca gracia que tienen. Por 
					favor, lady Laura, chiste no, quiero cuentos.  
					 
					Entonces no te cuento el de racista. No me lo cuentes son, 
					precisamente, los más racistas lo que acusan a otros de 
					serlo, haciendo un insulto a la inteligencia de un colectivo 
					cuando, en esta tierra, hasta los más torpes hacen 
					televisores de plasma en tres dimensiones. 
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