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                     Si la guerra es la continuación de 
					la política por otros medios (Maquiavelo dixit) el 
					terrorismo, mal que nos pese y aun definiéndolo como 
					queramos, también. Todo atentado terrorista es único y tiene 
					su lógica; nada es al azar en la multívoca fenomenología 
					terrorista. Más que ofuscarnos intentando interpretar el 
					acto terrorista en sí y aun conociendo a sus ejecutores, 
					aprenderíamos descifrando los vectores, es decir: ¿a qué 
					intereses sirve cada atentado terrorista en particular…? 
					Solo desde este prisma podremos vislumbrar algún atisbo de 
					luz dentro de este sucio y complejo fenómeno. Así, lo que 
					hoy está sucediendo en esto que todavía se llama España (un 
					Estado asimétrico y desvertebrado, cuasi federal, en el que 
					sus ciudadanos ya no son iguales ante la ley sino tan solo 
					en referencia al espacio geográfico que ocupan) solo es 
					entendible tras el certero multiatentado terrorista del 11-M 
					en Madrid, concebido por una mente brillante y perversa tras 
					el que ha ido deviniendo, en cascada, la tramoya política 
					que ahora padecemos, mientras se intenta sepultar en el 
					olvido a los casi dos centenares de asesinados en la 
					masacre. 
					 
					Si antes y durante la aun no suficientemente explicada 
					Transición (en la que el histórico PSOE era virtualmente 
					inexistente, luego el Departamento de Estado yanqui 
					auxiliado por la socialdemocracia alemana refundó el 
					pastiche de ahora, el de Suresnes) España sufrió los 
					zarpazos terroristas de la marioneta del GRAPO (Grupo de 
					Resistencia Antifascista Primero de Octubre), en la azarosa 
					y aun pendiente Reforma marroquí auspiciada por el joven 
					soberano Mohamed VI tras el fallecimiento de su padre, 
					Hassan II (lean bien, Reforma pero no Transición), el 
					terrorismo de inspiración islamista se ha convertido en un 
					agente desestabilizador de primer orden, logrando con sus 
					calculados atentados un innegable efecto político: desde el 
					16-M en Casablanca al último de Marrakech. Quid Prodest?. El 
					terrorismo es, eventualmente, otra arma política al uso y el 
					primer paso para combatir con éxito su erradicación es 
					admitir sin rubor ni complejos este desagradable supuesto. 
					 
					Una fuente marroquí de toda solvencia me comentaba, el otro 
					día, que por si quedara alguna duda sobre la eficaz labor de 
					la inteligencia marroquí en el esclarecimiento del atentado 
					en el café-restaurante Argan, la eficaz ayuda policial de 
					varios países europeos (Francia y España entre ellos) 
					despeja cualquier sombra de manipulación. El hombre se quedó 
					de una pieza cuando, firme y muy serio, le comenté si creía 
					de verdad (yo ni por asomo y algo sé de qué hablo) que el 
					11-S unos aprendices de piloto podían haber conducido hasta 
					las Torres Gemelas los aviones de la muerte… o que, 
					¡casualmente!, el pasaporte de Mohamed Atta fuera 
					milagrosamente rescatado, incólume, de los escombros… Sin 
					duda el terrorismo islamista existe, la internacional 
					yihadista del terror está ahí y Al Qaïda es una triste 
					realidad… pero también son células y organizaciones muy 
					infiltradas y relativamente fáciles de manejar. Abundé más: 
					después de asegurar a mi interlocutor que, cuando menos, 
					alguno de los abundantes servicios de su país estaban al 
					tanto del atentado del 11-M, tras su ejecución y en estos 
					años somos ya marea los españoles que nos cuesta fiarnos de 
					la Policía, la Guardia Civil y el CNI. Y mucho menos del 
					Guardián del Centeno al mando, el tenebroso Alfredo Pérez 
					Rubalcaba. ¿El presunto sospechoso del atentado de 
					Marrakech…? En una línea: cuantas más pruebas van surgiendo 
					… el entramado menos verosímil me parece. Intuyo que más de 
					un veterano experto antiterrorista comparte éstas 
					desazonadoras impresiones. Visto. 
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