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                     Se ha llegado al final de una 
					campaña electoral en la que han primado los insultos por 
					parte de los dirigentes de la Coalición Caballas. Lo cual no 
					ha sorprendido a nadie. Puesto que los ciudadanos tenían 
					asumido, desde que Aróstegui se hizo con las riendas de este 
					partido, que el muchacho volvería a las andadas: o sea, que 
					no dudaría, una vez más, en tachar de bobos a todos los que 
					no comulguen con sus ideas. De bobos, de racistas y, por 
					supuesto, de víboras. Pues su lengua de serpiente da para 
					eso y para mucho más.  
					 
					El problema es que con su detestable forma de ser, sigo 
					refiriéndome a Aróstegui, ha conseguido meter en un lío a 
					Mohamed Alí. En un lío grande. Ya que éste había logrado 
					obtener cuatro escaños en las últimas elecciones. Y no 
					necesitaba, en absoluto, coligarse con nadie. Y menos con un 
					partido a cuyo frente estaba un político con fama, bien 
					ganada, de perdedor nato y, por si fuera poco, su manera de 
					comportarse desagradaba –y sigue desagradando- profundamente 
					a innumerables personas. 
					 
					Mohamed Alí debe estar pasándolo mal, muy mal, en este día 
					de reflexión. Ya que todo lo que no sea que Caballas saque 
					más de cuatro escaños es, sin duda, un fracaso. Un fracaso 
					que podría llegar a ser tenido por desastre si las urnas les 
					concedieran dos o tres concejales. De ocurrir así, vamos, de 
					darse semejante resultado, lo peor sería que MA optara por 
					asumir sus culpas, que las tiene, y a renglón seguido 
					decidiera darse el piro. Dejando el partido a disposición de 
					Aróstegui. Que es lo que se viene rumoreando en la calle que 
					puede ocurrir.  
					 
					En la calle, en el último día de campaña, he venido oyendo, 
					además de lo ya referido, que Alí está que no le llega la 
					camisa al cuerpo. Y lo entiendo… Entiendo que el hombre esté 
					pasando un mal trago. Por haber perdido el oremus en un 
					momento determinado. Que fue en el preciso instante en que 
					decidió echarse en los brazos de un socio que no estaba en 
					disposición de aportarle nada, sino todo lo contrario: 
					estaba en disposición de buscarle una ruina política. 
					 
					Dicen los que saben de la cosa, que la calidad dulce-amarga 
					de la democracia suele consistir en que cuando se conocen 
					los resultados de las votaciones, nunca está nadie 
					enteramente satisfecho, nunca está nadie seguro de que era 
					eso lo que se esperaba. Y es que la democracia ha sido 
					siempre un mal menor, una resignación.  
					 
					Resignación es la que ha de tener Mohamed Alí si se diera el 
					caso de verse sin superar los cuatro concejales obtenidos 
					hace cuatro años. Fortaleza para admitir su error y valor 
					para decirle a su socio, Aróstegui, que lo mejor para el 
					partido es que aceptara que la gente no le quiere e hiciera, 
					en el menor tiempo posible, mutis por el foro.  
					 
					Pero tengo la impresión de que Alí no tomará, llegado el 
					caso, tal decisión. Que se abstendrá de dar ese paso. Por 
					una razón muy sencilla: Aróstegui le ha secuestrado su 
					voluntad. Hace con él lo que quiere. Lo cual no acierto a 
					comprender. En fin, ese es su problema. El problema de Alí. 
					Por supuesto que sí.  
					 
					Por lo demás, y esperando ya, todo hay que decirlo, con 
					cierto interés los resultados de las urnas, mantengo el 
					deseo de que se produzcan las mínimas abstenciones y los 
					votos en blancos sean escasos. Pues son contraproducentes 
					tanto las abstenciones activas como las pasivas. Por lo 
					tanto, votemos masivamente. 
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