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                     Nunca me he cortado lo más mínimo 
					en decir que José Martínez “Pirri” ha sido uno de los 
					más grandes jugadores de la historia del Real Madrid. Y, 
					naturalmente, una de las grandes figuras del fútbol español 
					y mundial. Martínez, que así quería Santiago Bernabéu 
					que se nominara al extraordinario jugador ceutí, porque le 
					desagradaban los sobrenombres o apelativos, lo primero que 
					hizo al llegar a la capital de España fue darse una vuelta 
					por la calle de la Victoria. El pasaje más frecuentado del 
					Madrid de los años cincuenta y sesenta. 
					 
					Sucedió ello a mediados de agosto de 1964, y fue en el Bar 
					Club, lugar de cita de toreros y futbolistas, de artistas y 
					de cuantas personas acudían a los madriles para buscarse la 
					vida, donde yo lo conocí gracias a que me lo presentó 
					José Sánchez Pérez, “El Trompi”. El Trompi había 
					brillado cual jugador en el Granada de los años cuarenta y 
					cincuenta. Futbolista genial, cuyo juego se basaba en 
					regates inverosímiles, fintas esplendorosas, pases geniales, 
					y asimismo era capaz de usar todas las superficies para 
					golpear el balón con una precisión deslumbrante. Resaltaban 
					sus taconazos, como recurso, con una fuerza y colocación que 
					causaban estupor.  
					 
					El Trompi se dedicaba a los corretajes de muchas cosas. Y 
					hacía de intermediario de futbolistas y entrenadores. Era mi 
					amigo y a mí se me caía la baba oyéndole hablar de sus 
					momentos históricos como jugador de la Ferroviaria madrileña 
					y del Granada en la División de Honor.  
					 
					Aquella mañana de agosto, cuando vio llegar a José Martínez 
					“Pirri” al Bar Club, lo primero que hizo, tras abrazarle, 
					pues había sido su entrenador en el Recreativo de Granada, 
					es preguntarle, con socarronería, por su estancia en Madrid. 
					Cuando El Trompi sabía ya que José Martínez había sido 
					fichado por el club merengue. 
					 
					Y cuando Pirri le dijo que había firmado contrato con el 
					mejor equipo del mundo, El Trompi le gastó una de sus 
					acostumbradas bromas, con el aire achulado de los madrileños 
					castizos. Poco tiempo después, tras una lesión de Puskas 
					y también de Félix Ruiz y de Suárez, ocurrió 
					lo que es harto conocido: Pirri debutó frente al Barcelona y 
					ya no dejó de ser figura grande del más grande de los 
					deportes. 
					 
					Viene a cuento acordarme nuevamente de Pirri, porque tres 
					días antes de las elecciones celebradas el 22-M, a éste le 
					dijeron en el ABC que pidiera un deseo para Ceuta. Y 
					respondió así: “Quiero que mi equipo, la Asociación 
					Deportiva Ceuta, que ha jugado varias veces la promoción de 
					ascenso a Segunda División A, consiga pronto tan ansiado 
					ascenso y que al año siguiente logre ser equipo de Primera 
					División”. 
					 
					El deseo de Pirri, publicado en el ABC, quizá haya pasado 
					inadvertido en su tierra. Porque, de no ser así, no tendría 
					sentido el ataque sistemático que viene recibiendo la 
					institución deportiva por parte de Caballas. Mejor dicho: 
					por parte de Aróstegui. Por el odio cerval que éste 
					le tiene al editor de ‘El Pueblo de Ceuta’ y presidente del 
					primer equipo local. Y la causa es bien sencilla: achaca su 
					fracaso electoral a las críticas recibidas por los 
					colaboradores de este periódico. 
					 
					Pobre hombre es Aróstegui. Cuya fobia enfermiza, hacia todas 
					las cosas de su pueblo, le hace desear fervientemente la 
					desaparición de la Asociación Deportiva Ceuta. Cuidado con 
					él. 
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