| 
                     Debido a lo que se viene 
					escribiendo acerca de los problemas existentes entre el 
					Gobierno local y quien dirige la Casa Familiar de los 
					Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca, he terminado por 
					acordarme de Pedro González Márquez, quien fuera 
					delegado del Gobierno en esta ciudad, hace la friolera de 
					más de veinte años.  
					 
					Pedro González Márquez, natural de Tarifa, tuvo unos 
					asesores con los que casi siempre mantuve buenas relaciones. 
					Con Fernando Rodríguez (a quien hace ya la tira de 
					tiempo que no consigo verle), por ejemplo, nuestro buen 
					entendimiento acabó en una sincera amistad. Lástima que 
					nuestras obligaciones actuales, y el modo de vida tan 
					distinto que ambos llevamos, nos impidan frecuentarnos para 
					seguir dándole vida a esa relación afectuosa de la cual 
					hablo. 
					 
					González Márquez era muy amigo de otro buen amigo mío: 
					Juan Luis Bandrés. Director general de la naviera ISNASA, 
					que fue asesinado en su despacho por un malvado que lo 
					fulminó a tiros. Un día de diciembre de 1988.  
					 
					Pero no es de eso de lo que yo quiero hablar hoy. De lo que 
					yo quiero hablar hoy es de cómo el delegado del Gobierno, 
					PGM, se desvivía por ayudar a la Cruz Blanca. Tal vez porque 
					el hermano Pepe, superior de la Casa, había conseguido 
					ganarse la voluntad del delegado a tiempo completo. Y a lo 
					mejor, por qué no, por el mero hecho de ser Pedro González 
					una persona que se compadecía con el dolor ajeno. Y ese 
					dolor no faltaba entre los acogidos en la Casa de la Cruz 
					Blanca; carentes de familiares algunos, desconocedores de su 
					existencia otros, y la mayoría arrastrando problemas físicos 
					o psíquicos. O sea, todos ellos necesitados de afectos y de 
					cuidados. 
					 
					El hermano Pepe llegó a convertirse en una persona 
					importante. Muy importante. Caminaba por Ceuta pisando 
					fuerte. Su palabra era respetada como si fuera palabra 
					directamente pronunciada por Dios. Su figura parecía 
					sagrada. Y hubo un momento en que dejarse ver con Pepe daba 
					prestigio en esta ciudad.  
					 
					Ni que decir tiene que el hermano Pepe entraba y salía de 
					los despachos principales cuando él quería. Imponía sus 
					reglas y lograba casi todo lo que se proponía. Había que 
					verle cuando llegaban los programas navideños de los medios 
					encaminados a obtener fondos para la función social de la 
					Cruz Blanca, frotándose las manos de satisfacción ante los 
					éxitos económicos. 
					 
					El hermano Pepe, que le tenía tomada la medida al delegado 
					del Gobierno y a los ceutíes en general, tenía otra vida. 
					Una vida oscura que quedaba oculta entre los pliegues de sus 
					abundantes carnes de tipo satisfecho por sentirse lo 
					suficientemente inteligente como para poder engañar a toda 
					una ciudad durante un tiempo considerable.  
					 
					Cuando se supo quién era y lo que era capaz de hacer, el 
					hermano Pepe, la gente se hacía cruces. Y por todos los 
					sitios se hablaba del embaucador que había estado a punto de 
					ser tenido como persona que bien podría haberse ganado la 
					beatificación en vida.  
					 
					Desde entonces, el Gobierno local hace muy bien en exigir 
					justificaciones de los gastos que se hacen con los dineros 
					que pone al servicio de Cruz Blanca. Obra necesaria, sin 
					duda alguna, pero que debe cumplir con el requisito 
					imprescindible de la transparencia en sus cuentas. Para que 
					puedan cobrar, algo que es de suma importancia, los 
					trabajadores de la Casa. 
   |