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                     Llegó el día esperado. El día en 
					el cual los diputados electos debían tomar posesión de sus 
					escaños a la par que sería elegido Juan Vivas 
					presidente de la Ciudad. Y había que cumplir con el 
					protocolo. Que no deja de ser un conjunto de reglas de 
					etiqueta y comportamiento establecidas para las ceremonias 
					oficiales. 
					 
					El salón plenario estaba de bote en bote. Lo que en el mundo 
					taurino se suele denominar como un lleno hasta la bandera. 
					Los indignados pudieron cumplir con su cometido en el 
					interior del salón y todos tan contentos. Hablando se 
					entiende la gente. Los indignados, en realidad, eran muy 
					pocos. Y, además, carentes de tirón. Daba grima verlos 
					situados frente a la puerta del Ayuntamiento, respondiendo a 
					quienes trataban de mofarse de ellos, desde la acera de 
					enfrente. No en vano, había algunos indignados a los que 
					conocía y por los que siento simpatía. Pero hay tareas 
					condenadas al fracaso. Y ésta era una de ellas. Otra vez 
					será… 
					 
					La primera sorpresa fue que Fatima Mohamed no 
					asistiera al acto. La diputada de la coalición Caballas 
					dijo, a toro pasado, que se encontraba indispuesta y que no 
					había, por tanto, que hacer ningún tipo de cábalas acerca de 
					que no se hubiera presentado a prometer su cargo. Lo cual no 
					deja de tener su miajita de guasa. Y, desde luego, es motivo 
					suficiente como para que cada cual podamos pensar lo que nos 
					apetezca.  
					 
					Me consta que Fatima Hamed es una señora que ha sabido 
					ganarse el respeto de casi todos los que la han venido 
					tratando. Y tengo la certeza de que goza de la simpatía de 
					tirios y troyanos. En mi caso, debo decir que he hablado con 
					ella una sola vez; pero que me fue suficiente para 
					catalogarla como señora estupenda. Una señora educada, 
					culta, afable y dispuesta a oír cuanto se le diga. 
					 
					No obstante, su deserción del pleno no está clara. Por más 
					que Fatima Hamed haya salido a la palestra, con celeridad, 
					para negar que su ausencia se haya producido por no estar de 
					acuerdo con ciertas cosas… Y que, de haberlas aireados, 
					habrían sido contraproducentes para la estabilidad de la 
					coalición. 
					 
					En fin, que la ausencia de la diputada de la coalición 
					Caballas, como número dos, ha sido lo más comentado entre 
					quienes han asistido al acto de toma de posesión de sus 
					escaños de todas las personas elegidas por las urnas. Unas 
					urnas que al fin, después de muchos años, han hecho posible 
					que Juan Luis Aróstegui vuelva a ser concejal. Y lo 
					primero que ha hecho es lo normal en él: tratar de poner el 
					mingo. O sea, intentar por todos los medios hacerse el 
					visto. Destacar. Sobresalir. Dar la nota. ¿Cómo? 
					 
					En principio, vistiéndose con ropaje inadecuado para el acto 
					que se iba a celebrar. Iba el hombre en mangas de camisa. 
					Por cierto, de color azul mahón. Lo cual da que pensar… Y 
					alguien debería haberle recordado al concejal de la 
					coalición Caballas que hasta los republicanos usaban la 
					corbata en tales actos, y, cómo no, muchos anarquistas. 
					Porque la corbata no era, ni es, símbolo de señoritismo, 
					sino de autoridad. Esa autoridad que otorgan los votos de 
					los ciudadanos. Y, por si fuera poco, nuestro hombre se negó 
					a posar para el daguerrotipo de la inmortalidad junto al 
					resto de la Corporación. Para irle metiendo el miedo en el 
					cuerpo a Vivas. Altivez que debe estar tasada, más o menos, 
					en… bueno, hoy no toca hablar de viviendas protegidas. Ni 
					nada por el estilo. 
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