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OPINIÓN - DOMINGO, 12 DE JUNIO DE 2011

 

OPINIÓN / SNIPER

Tres paseos por Lixus
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

En realidad, Larache es un lugar elegido por los dioses y no fue por capricho”, escribe con tino la asociación “Larache en el Mundo” cuyo tríptico me fue gentilmente facilitado ayer sábado por Yebari El Hachmi. Yo no sé si estas fértiles tierras fueron las míticas Hespérides, el bello jardín de la diosa Hera con su árbol de manzanas de oro, pero los pasados miércoles y viernes algunos de mis compañeros del I Encuentro Periodístico organizado en la moderna Facultad Disciplinaria de la localidad por el Centro Marroquí de Estudios Hispánicos, sintieron vibrar su alma brincando de aquí para allá, entre maleza y hierbajos, por las ruinas de Lixus.

Fenicia, púnica y romana en sus orígenes, desde el siglo VIII antes de la Era Común y hasta bien avanzado el siglo XV, Lixus fue poblada sucesivamente por diferentes pueblos y culturas que dejaron testimonio de su paso. Salas de despiece para la rica pesca de sus aguas, piletas para salazones y cisternas de agua dulce aun visibles en la parte baja del yacimiento, conforman sin duda el complejo más famoso de todo Marruecos; los restos de las termas y sobre todo el anfiteatro, aun no totalmente excavado, constituye un elemento excepcional en la región por ser el único ejemplo conocido de la antigua Mauritania Tingitana. El museo arqueológico de Tetuán, levantado en la Blanca Paloma de la Yebala por el Protectorado español (1940), custodia celoso tres de los más bellos mosaicos romanos del siglo II de la Era Común procedentes de Lixus: Venus y Adonis, encuentro del dios Marte con la diosa Rhea Silvia y un tercer mosaico con otra escena mitológica.

Erosionada la colina tras milenios de vivir expuesta a los elementos y con sus ruinas mordidas por el implacable paso del tiempo, la actual incuria que envuelve los restos arroja algunas incertidumbres sobre su devenir inmediato. Pese a todo Lixus sobrevive en la memoria histórica, oteando incansable el plácido discurrir de las aguas por los meandros y con la blanca ciudad de Larache acostada sobre el horizonte. “Los días caminan lentamente como un rebaño de corderos que la noche arroja de sus pastos”, recita una popular canción rifeña: “Corderos blancos, corderos negros, se alejan en el tiempo hacia el refugio de los apriscos ignorados donde reposa todo lo que fue y ya no es / Los días vuelan, rápidos y apresurados sobre sus largas alas silenciosas, parecidas a los ibis en el campo, a los cuervos que llegan al bosque en la calma de la noche que cae / Los días que se van lejos de nosotros… ¿tienen los nidos redondos y tiernos, sobre la rama móvil del tiempo, en la inmutable eternidad?”. Con recuerdo entrañable para Ramón Vilaró, Álvaro de Diego, Enrique Rubio y Domingo del Pino, quien nos ilustró con juveniles recuerdos de su época en Tánger el miércoles al atardecer; a Fernando Canellada, que a las 8 de la mañana del viernes y tras algún paralelismo con nuestra Asturias del alma dio por bien empleado el madrugón; y a Mohamed Boundi quien, poco antes del almuerzo, tradujo al árabe a pie del anfiteatro una de la cuartetas de Omar Jayyam: “Rumian sus hombres sus religiones y dogmas o se pasman entre la duda y la certeza. Aquél que está al acecho debería gritarles: ¡Ignorantes, no es esto ni aquello!”. (Rubaiyat). Amable lector, si algún día el destino te lleva por la ruta entre Tánger y Rabat, sé indulgente con tus quehaceres y acércate a respirar la brisa de la historia que envuelve entre las brumas del recuerdo, aquí en la decadente pero aun bella Larache, las restos pétreos de este antiguo enclave fenicio-romano. ¡Ay Lixus!, descansa en paz y que la tierra te sea leve confiando en que, un año de éstos, otros humanos lustren tu entorno y acunen tu despertar.
 

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