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					Billy Elliot les dejó huella. La historia de aquel niño de 
					once años, hijo de un minero, que soñaba con ser bailarín, 
					pese a las imposiciones de su padre que quería convertirlo 
					en boxeador, marcó un hito. Aunque no son esas las 
					referencias de Julio. 
					 
					Julio tiene nueve años y dice que quiere ser bailarín 
					profesional “como Ángel Corella”. Hace dos meses lo vio 
					actuar en Ceuta y se quedó prendado de su trabajo. Es uno de 
					los únicos tres chicos que aprenden ballet clásico en el 
					Estudio de Danza ‘Terpsícore’, lo demás son niñas. 
					 
					Javier es otro de esos chicos. Llevaba cerca de dos años 
					queriendo apuntarse a la escuela, pero su hermana no le 
					dejaba. O eso dice él: “Carlota no quería que yo fuese con 
					ella a clase”. Carlota dice que ella no era la que no le 
					dejaba, que a ella “le da igual”. Su madre lo confirma: 
					“Salió la oportunidad de hacer de príncipe en una función, 
					pero a la hermana no le hacía mucha gracia”. La madre, 
					Cristina, que también es bailarina y da clases de sevillanas 
					en el Estudio, explica que aún son muchos los prejuicios con 
					los chicos bailarines: “Sigue habiendo insultos y yo no creo 
					que eso cambie; es difícil que a un niño le guste el baile y 
					cómo lo ven los demás no ayuda”. 
					 
					Julio y Javi lo confirman. También ellos aseguran que sus 
					compañeros del colegio los insultan por ir a clases de 
					baile. “Nos llaman mariquita”, dice Julio. Pero a él no le 
					importa, es un chico seguro y alegre, que sabe que bailar es 
					también cosa de chicos. 
					 
					De hecho, Julio y Javi no sólo pueden presumir de haberse 
					aprendido un paso llamado ‘Transfer of way’ en un solo día 
					–“Si es muy fácil”, explican–; sino, además, también de 
					tener a casi todas sus compañeras de curso “enamoradas” de 
					ellos. 
					 
					Así lo aseguraron algunas de las niñas minutos antes de que 
					empezase la función. “Lo que pasa es que las chicas son muy 
					malas, tienen muy mal genio”, rebaten ellos. Fue el pasado 
					viernes, cuando los miembros de ‘Terpsícore’, de tres años 
					en adelante, demostraron su valía artística en el Palacio 
					Autonómico. Una función, dividida en dos partes, en la que 
					los jóvenes bailarines demostraron, a través de varias 
					coreografías, lo que han aprendido a lo largo de este curso 
					en sus clases de baile. 
					 
					Los niños correteaban nerviosos y divertidos por el 
					escenario minutos antes de la función. Algunos sueñan con 
					convertirse en bailarines profesionales. Para otros es un 
					entretenimiento. La profesora, Mairette Galindo, apunta 
					otras ventajas: “Puede llegar a ser muy provechoso como 
					complemento cultural y físico, es para niños con cualquier 
					tipo de físico, le da grandes posibilidades y enseña al niño 
					desde cómo pararse y caminar hasta cómo apreciar el arte en 
					todas sus manifestaciones”. 
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