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                     Me pongo a ver una película del 
					Oeste estadounidense. Y, mientras asisto a una escena en la 
					que varios pieles rojas aplican su oído al terreno para 
					enterarse por el galopar de los caballos si se acercaban sus 
					enemigos, se me viene a la mente algo que solía decirme un 
					amigo hace muchos años. 
					 
					-Mira, Manolo, si nosotros aplicásemos el oído al 
					terreno de la vieja piel de toro hispánico, cual hacían 
					antaño los indios del lejano Oeste americano, oiríamos esta 
					colectiva exclamación: “Luchas políticas, no; bienestar 
					económico, sí”. 
					 
					Los españoles (como todos los pueblos del mundo), 
					naturalmente, desean vivir dignamente. De no ser así, los 
					ciudadanos acaban por arremeter contra la política y contra 
					los políticos. Lo cual no quiere decir que al pueblo español 
					le tenga sin cuidado la política. En absoluto: pues a todos 
					los ciudadanos les interesa su tranquilidad y bienestar. Y 
					la política consiste en el arte de gobernar y dar leyes 
					conducentes a asegurar la buena marcha del Estado y la 
					tranquilidad y el bienestar de la gente.  
					 
					Decía Aristóteles que “el hombre es, por naturaleza, un 
					animal político”. Aunque conviene decir, cuanto antes, que 
					lo ideal es que los ciudadanos sean más “políticos” que 
					“animales”. Pero mucho me temo que, de seguir la crisis 
					económica haciendo estragos en la botarga de los más 
					débiles, estemos abocados a ver escenas tan desagradables y 
					peligrosas como las que se han dado en Barcelona y Madrid.
					 
					 
					Escenas en las que hemos podido ver a los políticos 
					perseguidos con saña por una multitud confusa y desordenada 
					(quizá, como suele ocurrir en tales casos, porque en la 
					turbamulta iban infiltrados agitadores de toda laya).  
					 
					Personas violentas y dispuestas a estropearles el pasodoble 
					a otras que solamente querían manifestarse –eso sí, con voz 
					de trueno- contra una forma de hacer política que lleva 
					consigo el estigma de la corrupción y la ineptitud, en 
					grandes proporciones. 
					 
					Cuanto está ocurriendo, es decir, que los pobres sean cada 
					vez más pobres, que la clase media vaya disminuyendo a pasos 
					agigantados, y que se haya instalado entre la masa la idea 
					de que la situación reinante tiene visos de ir a peor, a 
					bastante peor, es realmente preocupante.  
					 
					Y hasta las personas más racionales, digamos que son las que 
					piensan más y en ocasiones hasta bien, se han dado cuenta de 
					que estamos inmersos en una etapa dura, compleja, 
					desesperanzadora…  
					 
					Una etapa hecha a la medida de quienes gustan de actuar como 
					reventadores del sistema establecido. En este caso, la 
					democracia. Democracia equivalente a sistema que permite la 
					permanente corrección de sus fracasos. Tanto por parte de 
					las autoridades como de los ciudadanos en las urnas.  
					 
					Ahora bien, como el capitalismo, que es sólo un sistema 
					económico que viene acompañado de un sistema social y de un 
					sistema político, no se avenga a razones con la democracia, 
					que es la mejor combinación posible, difícilmente podrá 
					meterse en cintura la sublevación de una juventud, compuesta 
					por hombres y mujeres, que arde en deseos de trabajar para 
					comer y holgar. Una juventud que será incitada a comportarse 
					radicalmente por parte de anarquistas y nihilistas. Lo de 
					siempre.  
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