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                     No es mi costumbre salir por la 
					noche. Salvo excepciones. Que pueden ser tres o cuatro veces 
					al año. Lo hice anoche. Recibí una llamada. Y tras varios 
					minutos de charla telefónica, decidí aceptar la invitación 
					que se me hacía para compartir conversación en un piso 
					céntrico. 
					 
					El anfitrión, la misma persona que habló conmigo por 
					teléfono, me recibió con muestras de satisfacción. Ya que, 
					aunque nunca tuvimos unas relaciones fluidas, ambos nos 
					conocemos desde hace su tiempo. Y no hay, además, motivo 
					alguno para que la desconfianza prenda entre nosotros, así 
					por que sí. 
					 
					En la sala de estar, confortable y coqueta, ya había otra 
					persona. Con la que sí mantengo más trato y hasta debo 
					confesar que a veces hablamos de asuntos que podría 
					calificar de comprometidos, porque los dos nos merecemos 
					confianza suficiente. 
					 
					Tras los saludos de rigor, y la preparación de mi bebida 
					preferida a esa hora, el clásico JB, con poca agua y sin 
					hielo, el dueño de la casa me preguntó que si no me había 
					extrañado su invitación. Y le dije que no. Que existían 
					motivos suficientes para que él quisiera hablar conmigo. A 
					pesar de que uno no pinta nada de nada en esta ciudad.  
					 
					Y el propietario del piso, ante mi contestación, respondió 
					con celeridad: “No te las dé de modesto… Pues yo sé que eres 
					un intuidor de aquí te espero. Y un aventajado estratega”.
					 
					 
					-Terminarás por sacarme los colores -le dije.  
					 
					-Al grano, Fulano -recomendó la otra persona, con la que ya 
					he dicho tener más confianza-. Así que ya puedes estar 
					diciéndole a Manolo que lo que debe evitar es 
					quedarse sin “política”. Porque, como decía alguien, de cuyo 
					nombre no me acuerdo ahora, la política si no la haces te la 
					hacen. Hablo de política/higiene como estrategia de 
					supervivencia.  
					 
					-Vaya, hombre, así que me habéis sacado de mi casa a hora 
					intempestiva para mí, con el único fin de instruirme acerca 
					de que tengo que estar muy atento a lo que pueda estar 
					tramándose entre autoridades y tipos con escasos escrúpulos.
					 
					 
					-Más o menos. Días atrás, te pusimos al tanto de que una 
					autoridad había comido con quien tú sabes. En la casa de 
					éste. Información a la que tú, siempre tan desconfiado, le 
					diste poca o nula importancia. Sin embargo, en esa comida, 
					quien tú sabes, tal vez dejándose llevar por los efluvios 
					del alcohol, habló peste del periódico en el cual escribes. 
					Os puso a parir. Y dijo, quizá debido al odio que os 
					profesa, que hará todo lo posible por sacaros de vuestras 
					casillas. Que maneja argumentos para que perdáis el norte.
					 
					 
					-Bien. Lo que tú me estás contando no es novedad para mí. 
					Pues sé que ese tipo hace ya mucho tiempo que anda a la 
					deriva. Dando barquinazos. Pobre de él. Y, encima, tengo 
					entendido que anda convencido de que maneja la lengua 
					española con tanta soltura o más que Bobby Deglané, quien 
					fuera maestro de la radiodifusión española. 
					 
					-O sea, Manolo, que sigues mostrando desinterés por lo que 
					yo te cuento. 
					 
					-No, hombre, no; ni lo pienses. Ahora bien, lo que sí me 
					gustaría saber, por encima de las necedades que pueda decir 
					esa gran figura (!) de la radio, es lo que pensaba esa 
					autoridad y qué cojones hacía, si es verdad, en la casa de 
					semejante desquiciado. 
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