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                     He disfrutado de lo lindo con las 
					eliminatorias de ascenso a Primera División. Han sido seis 
					partidos que me han entusiasmado como hacía mucho tiempo que 
					no me sucedía. Desde que presencié el primero, me aboné a 
					sentarme ante el televisor en cómoda butaca de la salita de 
					estar para no perderme ninguno de los restantes encuentros.
					 
					 
					Valladolid, Elche, Celta de Vigo y Granada me permitieron 
					ver un fútbol rabiosamente competitivo. Donde los 
					futbolistas corrían como gamos y disputaban los balones como 
					si en el empeño les fuera vida. Y les iba…, les iba nada más 
					y nada menos que la obtención de un ascenso a la que han 
					dado en llamar la Liga de las Estrellas. 
					 
					¡Que manera de correr todos los jugadores participantes en 
					esas eliminatorias! Incluso cuando el lógico agotamiento se 
					hacía presente en algunas fases de los partidos, los 
					contendientes faltos de aire no dudaban en recurrir a eso 
					que llaman sacar fuerzas de flaqueza. Surgía la voluntad a 
					raudales. El espíritu de sacrificio. En suma: los 
					futbolistas se entregaban de lleno a una tarea sin medir los 
					riesgos.  
					 
					Las eliminatorias de ascenso a la máxima categoría del 
					fútbol español han conseguido que la Segunda División A haya 
					salido fortalecida en todos los sentidos. El espectáculo que 
					nos han ofrecido los equipos -al margen de ese 
					comportamiento de algunos aficionados ilicitanos, debido a 
					la frustración de haber perdido un ascenso que tuvieron a 
					punto de caramelo- merece ser recordado como prueba evidente 
					del enorme acierto que ha sido darle vida a dicha 
					competición. 
					 
					Ascendió el Granada. Un Granada capaz de fallar tantos 
					penaltis decisivos como asimismo demostrar que andaba 
					repleto de confianza en sus posibilidades. Un equipo que 
					hace 35 años dejó de ser de primera y comenzó a expiar sus 
					culpas durante tres largas décadas.  
					 
					Por lo que dicen, los dos ascensos conseguidos por el 
					Granada se deben a la magnífica labor desarrollada en el 
					club por Enrique Pina. EP es muy conocido por el 
					editor de ‘El Pueblo de Ceuta’. Si bien debo decir lo 
					siguiente: el Granada ha tenido la suerte de llegar a un 
					entendimiento con el Udinese. Y en el Udinese, equipo 
					italiano, lleva ya tres temporadas un gran amigo mío.  
					 
					Un amigo que está al frente del departamento técnico. Por 
					ello, el ascenso del Granada me ha proporcionado doble 
					alegría: la primera, porque es un equipo andaluz; la 
					segunda, porque Pepe Bonet es la persona que ha sido 
					capaz de hacer posible esa enorme relación entre ambos clubs. 
					 
					Mi amistad con Pepe Bonet viene de lejos. De cuando él tenía 
					17 años y yo le hice debutar en Segunda División A frente al 
					Sabadell. Bonet marcó el gol del triunfo y demostró que 
					estaba llamado a ser uno de los más grandes jugadores 
					mallorquines. De hecho, jugó como titular muchas temporadas 
					y fue capitán del conjunto balear. 
					 
					Pepe Bonet, que siempre tuvo conmigo detalles de los que me 
					alimento en ocasiones, ha sabido mantener viva la llama de 
					la ilusión en el compromiso entre ambos clubes: Granada y 
					Udinese. No me extraña, pues, que su enorme categoría 
					profesional y su personalidad, y lo buena gente que es Bonet, 
					hayan contribuido en gran medida a la consecución del éxito 
					del equipo entrenado por Fabri. Éxito que los granadinos no 
					cesan de festejar. 
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