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					Algunos de los vecinos del Quemadero no aguantan más la 
					presión. Aunque se habían hecho el propósito de soportar las 
					incomodidades y peligros que conlleva el permanecer en este 
					lugar, donde la SIEP lleva a cabo un gran movimiento de 
					tierras, la situación ha llegado a límites que afectan a su 
					salud. A las montañas de tierra, se suman peligrosos 
					agujeros junto a sus viviendas, las vibraciones causadas por 
					las máquinas y el ensordecedor ruido del generador 
					eléctrico, que no ha sido retirado. 
					 
					A pesar de su intención de aguantar las incomodidades y 
					peligros del gran movimiento de tierras que se realiza junto 
					a sus casas para no tener que someterse a dos realojos y por 
					tanto a realizar otros tantos traslados, algunos de los 
					vecinos del Quemadero ya no pueden más. EL PUEBLO estuvo 
					ayer de nuevo con los afectados, quienes expresaban su 
					desazón por la persistencia de los problemas que han venido 
					denunciando, como el intenso ruido que produce el generador 
					eléctrico que les abastece de luz desde hace semanas. A 
					pesar de que se les informó de que sólo estaría allí hasta 
					el pasado viernes, ayer todavía atronaba los oídos de las 
					diez familias que habitan este pequeño y cada vez más 
					“asediado” núcleo de infravivienda. “Ellos hacen su trabajo 
					y nosotros aquí como perros”, resumía un vecino. 
					 
					La acumulación de tierras, procedentes de la obra de la 
					cárcel, que promueve la Sociedad Estatal de Infraestructuras 
					Penitenciarias (SIEP) en el entorno de las casas es cada vez 
					mayor, y ahora se le une la peligrosidad de unos grandes 
					agujeros abiertos en las inmediaciones de sus viviendas. Al 
					estruendo, que se mantiene las veinticuatro horas del día, 
					día y noche, del generador se suma el que producen las 
					máquinas y la alarma que causan las “vibraciones” que 
					afirman sentir en sus casas cada vez que pasa la máquina que 
					apisona las toneladas de tierra depositadas a escasos metros 
					de estas frágiles construcciones. 
					 
					Por otra parte, el calor reinante estos días, junto con el 
					viento, convierte la zona en un lugar en el que, por 
					momentos, se hace difícil respirar: “Los que peor lo pasan 
					son los niños, no podemos dejar que salgan y hay que tener 
					las ventanas cerradas”, explicaban los vecinos ayer.  
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