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                     He dejado transcurrir unos días 
					antes de escribir del recorte anunciado en la subvención a 
					la Asociación Deportiva Ceuta, por parte del Gobierno local, 
					para hacerlo sin el menor tumulto interior. Con la 
					tranquilidad que el caso merece. 
					 
					En tiempos de crisis, y los son los que estamos viviendo, 
					los ayuntamientos han de reducir gastos. Y el de Ceuta no 
					iba a ser menos. Nada que alegar, pues, a la decisión tomada 
					por el alcalde, anunciando medidas de austeridad, por medio 
					de su portavoz. 
					 
					Diecisiete fueron las medidas ahorrativas anunciadas por 
					Guillermo Martínez, que además de portavoz lleva las 
					riendas de Fomento y Medio Ambiente, pero ninguna causó 
					tanta expectación como la que afectaba al equipo presidido 
					por el editor de este periódico.  
					 
					Y no era para menos: el recorte aireado era de una dimensión 
					descomunal. Puesto que más que un recorte parecía, y sigue 
					pareciendo, la colocación de la primera piedra para que el 
					equipo empiece a dar camballadas durante la próxima 
					temporada. Barquinazos todos conducentes al descenso de 
					categoría. 
					 
					Al conocerse la noticia, con la mejor dicción por parte del 
					portavoz, como merece cualquier información estrella, se 
					pudo comprobar, inmediatamente, la alegría que ésta produjo 
					entre los enemigos de “El Pueblo de Ceuta”, y que son los 
					mismos que están también contra el presidente del club. Nada 
					nuevo bajo el sol de un verano del que cabe esperar altas 
					temperaturas.  
					 
					A todos ellos les faltó tiempo para analizar con exultante 
					satisfacción la medida de dejar a la ADC sometida a una 
					ínfima subvención. Nunca en concordancia con las legítimas 
					aspiraciones de un club que ha de jugar en la Península con 
					los mejores ropajes. Por motivos tan conocidos cual 
					manoseados. 
					 
					No obstante, las personas entusiasmadas con el enorme 
					recorte de la ya reseñada subvención, no lo estaban porque 
					la acción sea tan buena como hecha para que redunde en 
					beneficio de otras ayudas indispensables. No. De ningún 
					modo. 
					 
					Las personas que jaleaban la medida estrella, o sea, la de 
					dejar al primer equipo local al borde del colapso, sin 
					apenas dinero para confeccionar ni siquiera una plantilla 
					modesta, lo que celebraban incluso con hurras es que a la 
					directiva actual le iba a ser imposible afrontar una 
					temporada más con las ilusiones puestas en lograr un ascenso 
					de categoría tan deseado. Y lo hacían gritando a voz en 
					cuello que ya estaba bien de despilfarrar tanto dinero para 
					seguir embruteciendo a los ciudadanos que acuden al Murube 
					los domingos. Palabras pronunciadas entre bastidores por una 
					mujer que forma parte de los varios que suelen tener voz en 
					una radio en la cual hay un tío que se expresa con faltas de 
					ortografía y que, sin embargo, está convencido plenamente de 
					que ya ha superado a Bobby Deglané.  
					 
					Ahora bien, dentro de poco, cuestión tal vez de horas, 
					conoceremos la subvención que le será concedida a la Unión 
					Deportiva Melilla y que quizá ronde el millón de euros. Y 
					cuando nos dé por echar mano de las odiosas y necesarias 
					comparaciones, los mismos que siguen celebrando con alborozo 
					los recortes de la ADC dirán que en Melilla, a pesar de la 
					crisis, el Gobierno presidido por Juan Jesús Imbroda 
					se puede permitir semejante lujo por haber gestionado los 
					recursos mejor que los gobernantes de Ceuta. Para 
					demostrarnos que son maestros de la insidia. 
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