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                     Es como se interpreta lo que dijo 
					Zapatero y lo que le apretaron, desde la oposición, para que 
					convoque elecciones, cuanto antes mejor. 
					 
					No ha sido este el mejor de los debates sobre el estado de 
					la Nación y no lo ha sido porque una de las partes, 
					Zapatero, aparece en el final de lo que es estar al frente 
					del Gobierno de este país, por lo que al empujarle desde la 
					oposición, especialmente desde el PP y CiU, él que no ha 
					dicho que vaya a adelantar las elecciones, aparecía como el 
					boxeador muy tocado y tambaleante sobre el ring. 
					 
					El discurso de Zapatero no venía muy a tono con las 
					circunstancias, aunque trató de demostrar, a su manera, que 
					muchos aspectos económicos no iban, del todo, mal. 
					 
					De lo que trataba era de establecer la cuadratura del 
					círculo, cuando sabía lo que se le iba a venir encima, en 
					las intervenciones de Mariano Rajoy y los demás líderes que 
					subirían a la tribuna de oradores. 
					 
					Esto, precisamente, es lo que hacía que su tono de voz fuera 
					entrecortándose, al final, en unas palabras que trató de 
					improvisar. 
					 
					Hasta ahí se había llegado y el final se iba acercando, 
					especialmente al hablar de su “respeto por España”. 
					 
					Quedaba, como colgando del debate, una despedida que sus 
					adversarios políticos no dejaron pasar y que fueron 
					abordando por los puntos más débiles, que hay muchos, los 
					que dejó al descubierto el presidente. 
					 
					Los líderes de los partidos políticos habían captado el 
					mensaje, no había más que hacer, se estaba, como dijo el 
					representante de ERC, “en los estertores de la agonía de la 
					Legislatura”. 
					 
					Es donde realmente se estaba y eso no se le escapaba a 
					nadie, ni de los suyos, ni de los de la oposición. 
					 
					Es lo único que proporcionó emoción en el discurso, discurso 
					aburrido, monótono y que no convenció, ni al propio 
					Zapatero. 
					 
					El presidente, bueno es recordarlo, no habló de anticipación 
					de elecciones, pero tal y como está la situación, que nadie 
					se extrañe si es el otoño, finales de octubre, cuando 
					volvemos a tener que acercarnos a las urnas. 
					 
					He dicho “que nadie se extrañe”, por ser lo que está en la 
					mente de todos, aunque en la de Zapatero es difícil poder 
					entrar. 
					 
					Apagado Zapatero, más hábil en el cuerpo a cuerpo, pero sin 
					gancho. Duro y contundente Rajoy, usando unos números que 
					trató de desmentir el presidente del Gobierno, también 
					estuvo duro y en su línea Durá i Lleida y la que más fuerza 
					intentó poner, en su poco tiempo, fue Rosa Díez que le 
					insistió en que anticipe las elecciones. 
					 
					Quedó claro, para todos incluso para él mismo, aunque ya 
					veremos por qué se decanta, porque le va a costar trabajo 
					dejar el sillón presidencial, lo que debe suceder, a partir 
					de ahora. 
					 
					Y es que uno, cuando tiene una gran carrera, puede aspirar a 
					volver a su verdadero puesto, pero este que anda justito de 
					todo, formación incluida, ya veremos qué línea sigue para el 
					futuro. 
					 
					Como, de alguna manera, para poder salir del paso, tenía que 
					dejar alguna pincelada de buen talante, Zapatero aprovechó 
					ese último debate sobre el estado de la Nación para 
					despedirse, y no a la francesa, dando las gracias a los 
					grupos políticos, al tiempo que expresaba “su respeto más 
					profundo a España”. 
					 
					Esto me huele a una doble imagen la del querer y la del no 
					poder, en los momentos más complicados que ha tenido en 
					todos los años de presidencia. 
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